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El consuelo de los impotentes

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Más patéticos nos vemos nosotros desde donde los vemos, sentados y expectantes, casi siendo sus cómplices

Si hay algo peor que la corrupción es la impunidad, que añade injuria al crimen. Con impotencia nos toca ver a las grandes mayorías, ajenas al poder aunque no a la viveza criolla, cómo se roban nuestro dinero y captan el poder que se ejerce en nuestro nombre. Con impotencia y a veces también con desinterés. Muchos porque ya sufren bastantes miserias y problemas de mayor urgencia en su vida, los demás porque ya no saben qué más hacer.

Acudir a las cortes es casi siempre inútil, porque generalmente para vencer allí primero hay que perder en nuestro juego y pasar a jugar el de ellos, corrompiéndonos o abusando del derecho. Peor es tratar de ejercer presión política, porque a sus partidos no nos dejan entrar y ya sabemos que del poder no se los puede sacar a todos, porque hasta eso ya lo intentamos. Nos queda un único consuelo, que por más pequeño que sea, muchas veces es el único castigo que sufren los advenedizos políticos del Ecuador.

Ese consuelo es verlos correr desesperados, haciendo malabares y, si les queda algo de cara, pasar vergüenza mientras tratan de sacarle ventaja a sus enemigos y empapelarlos hasta ser el último de pie en la pelea. Hoy más que nunca los vemos así, correteando como gallinas hambrientas y mojadas, picoteando y picoteando a ver si agarran el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social.

Desesperados los unos, que entre gallos y medianoche regresan amparados por la audacia de los tinterillos togados, para apurados ir nombrando a un superintendente antes de que los vuelvan a sacar, porque esta vez el ganador sí venía con el beneplácito esperado de su nominador en Carondelet. Desesperados los otros, que hasta convocan a los muertos y a los que no quieren ser llamados, para posesionar a los suplentes de los suplentes, y a los suplentes de aquellos, vástagos de una elección popular donde nadie sabía bien por quién votaba si no era con la ayuda de pollas, porque eso sí, las listas estaban prohibidas.

Un espectáculo patético, una pequeña justicia, pero que no nos complazca. Más patéticos nos vemos nosotros desde donde los vemos, sentados y expectantes, casi siendo sus cómplices.