Carlos Alfonso Martínez | Playas: el eco del miedo y la resignación

Los ecuatorianos hemos aprendido, casi sin darnos cuenta, a convivir con la tragedia
El sábado pasado, General Villamil Playas, el importante, tradicional y concurrido balneario de la provincia del Guayas, se tiñó de rojo.
Una decena de muertos y una ciudad destrozada y aterrorizada fueron el saldo de una jornada marcada por el horror.
Tras la tragedia, los comercios cerraron sus puertas, todas las actividades se detuvieron y los habitantes se refugiaron en sus hogares, paralizados por el miedo.
Una cosa es leer la noticia en un periódico o verla a través de la pantalla de un celular; otra muy distinta es vivirla.
Yo la viví. Estuve allí. Sentí en carne propia el silencio tenso de una ciudad herida, el susurro de la desesperanza recorriendo las calles vacías.
“¿Cuántos muertos llevamos este año?”, era la pregunta que no dejaba de oírse. Una interrogante que flotaba entre miradas resignadas y voces quebradas. Ver el rostro de la gente -cansada, incrédula, rota- fue sencillamente desgarrador.
Instintivamente, todos corrimos a refugiarnos en nuestras casas. Nadie quería permanecer afuera. Nadie se atrevía.
El temor a que el horror se repitiera nos encerró en una nueva forma de prisión: la del miedo cotidiano.
Los ecuatorianos hemos aprendido, casi sin darnos cuenta, a convivir con la tragedia. A normalizar la violencia. A aceptar que haya muertos cada día.
Ya no nos conmueve, ya no nos sorprende.
Es como si la sangre se hubiera vuelto parte del paisaje.
Familias destruidas, ciudades en ruinas. Vivimos en un país corroído por la corrupción, la impunidad y la cobardía institucional.
La resignación se ha convertido en nuestra rutina.
El dolor se ha transformado en una compañía constante.
El desconcierto se ha vuelto un estado habitual del alma.
Y aun así, todavía hay quienes conservan la esperanza.
Algunos creen -necesitan creer- en el gobierno actual. Y los comprendo. Porque cuando todo se derrumba, lo único que nos queda es la fe.
Más que en el presidente Noboa, en Dios.