Premium

Carlos Alfonso Martínez | El costo de la confianza mal depositada

Avatar del Carlos Martinez

Es inevitable perder amistades. Algunas se enfrían. Otras se rompen. Y unas nos arrastran hacia el abismo

“Elige a tus amigos con cuidado; ellos serán quienes moldeen tu alma”. (Platón)

Un verdadero amigo es un tesoro. Es ese hermano que uno escoge, no aquel que es impuesto por la vida. Como seres humanos buscamos rodearnos de personas que sumen, que nos inspiren a crecer, a ser mejores versiones de nosotros mismos. Pero incluso los amigos más entrañables pueden provocar tormentas inesperadas. A veces, los problemas son graves y dolorosos; otras, simples anécdotas que con el tiempo se tornan risibles. Sin embargo, si la amistad es auténtica debería resistir incluso las tormentas más feroces.

Todos, en algún momento, hemos tomado decisiones erradas motivadas por el consejo de un amigo. Hemos confiado -con el corazón abierto- en personas que no merecían esa confianza. Y cuando ella se rompe, cuando el consejo seguido nos arrastra a caminos inciertos, lo que aparece es una oscuridad densa, silenciosa y paralizante. Una oscuridad que no es inmediata sino que se desliza lentamente, se instala en lo cotidiano y nos envuelve. Puede minar nuestra estabilidad, afectar nuestro juicio y deteriorar relaciones valiosas. No es solo una consecuencia personal, es una sombra que se proyecta también sobre quienes nos rodean. Nos cambia, nos endurece, nos vuelve más cautos… o más desconfiados.

Pero no se trata de culpar al otro. La verdadera responsabilidad es nuestra. Por haber aceptado el consejo de alguien incapaz o con conocimiento limitado. Por haber confundido afecto con sabiduría. Por haber dado un lugar central en nuestra vida a quien no tenía la madurez emocional o el criterio para orientarnos.

Esa oscuridad llega. Tarde o temprano. Aunque juremos que no lo permitiremos y prometamos mantenernos a salvo. Llega, y con ella, una dolorosa lección: la confianza mal depositada puede tener un precio alto, a veces irreversible.

Una frase retrata bien esta realidad: “A los amigos se los acompaña hasta la puerta del cementerio, pero no se los entierra con uno”. Es inevitable perder amistades a lo largo de la vida. Algunas relaciones se enfrían. Otras se rompen. Y unas pocas -las más peligrosas- nos arrastran hacia el abismo. Por eso elegir a quién damos un lugar en nuestra intimidad es una decisión fundamental. No por miedo, sino por respeto a uno mismo. Porque las amistades, más que adornar la vida, tienen el poder de transformarla. Para bien… o para mal.