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Carlos Andrés Vera | Lo que está en juego

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El crimen organizado busca el colapso del Estado tal como lo entendemos

Cuando los pensadores de siglos pasados imaginaron el Estado moderno, lo fueron moldeando como un pacto para poner fin al caos. El sociólogo Max Weber lo definió como “una asociación de dominación con carácter institucional que, dentro de un determinado territorio, ha tratado con éxito de monopolizar la violencia física legítima como medio de dominación”. Esa definición concentra los tres elementos esenciales del Estado moderno: un pueblo, un territorio y un poder soberano con capacidad de imponer decisiones legítimas y de mantener el monopolio de la fuerza. Bajo ese acuerdo, las personas renunciaban a ejercer la violencia por mano propia y la transferían a una institución común capaz de garantizar orden, justicia y convivencia. Cuando ese Estado moderno se organizó además como república, lo hizo bajo cinco principios: soberanía popular, división de poderes, Estado de derecho, derechos individuales y rendición de cuentas. En la república, el poder no pertenece a nadie: es un mandato temporal del pueblo para proteger el bien común.

Desde entonces, quienes nos definimos como república hemos discutido en torno a las ideologías que determinan el actuar de ese Estado. La derecha conservadora defendía un Estado fuerte en nombre del orden y los valores; los liberales, un Estado pequeño y eficiente; la izquierda, un Estado grande y redistributivo. Ese era el péndulo.

Pero hoy, gracias al crimen organizado, la crisis es tan grande que esa disputa se trasladó a la existencia misma del Estado. El crimen organizado busca el colapso del Estado tal como lo entendemos. Sustituye su autoridad, su economía y su legitimidad, procurando cooptarlo o corroerlo hasta hacerlo inservible.

Esto no es una hipótesis. Ocurre ya, muy cerca de nosotros: en Haití, las pandillas controlan el 90 % de la capital; en Venezuela, el Tren de Aragua opera como una federación criminal regional; en México, los cárteles ejercen soberanía de facto sobre amplios territorios. Son Estados que existen en el papel, pero no en la realidad.

En Ecuador, esa es la amenaza y el desafío que tenemos al frente. Como sociedad, no debemos ignorarlo. Por eso las discusiones sobre democracia, economía o ideologías lucen insuficientes cuando ignoran que cada uno de esos elementos está directamente influido o distorsionado por agendas criminales.

Amigos, lo que está en juego es la supervivencia del propio Estado.