Carlos Alberto Reyes Salvador | Bolón vs. chicharrón

No se trata de quién tiene el mejor desayuno, sino de quién construye mejores condiciones de vida para su población
El mundial de desayunos, magno evento que concentra la atención del país en torno a una trascendental competencia gastronómica, centra el debate en un tema sensible que convoca al país entero a defender su hegemonía en el ámbito culinario. El bolón ecuatoriano y el encebollado, enfrentados al pan con chicharrón peruano, ¿qué desayuno merece ser coronado como el mejor del continente?
En un país en el que el 20 % de niños menores de dos años sufren de desnutrición infantil crónica, con madres que se acuestan preguntándose qué darán de comer mañana a sus hijos, resulta grotesca una competencia tan absurda e insensible, que nos remite al viejo recurso romano de ‘pan y circo’. Distracción y espectáculo para que no miremos lo esencial: que seguimos atrapados en una espiral de violencia, que el Estado no logra garantizar seguridad, que la economía se hunde y que la Asamblea decide recetar más impuestos como bálsamo universal.
El circo gastronómico oculta que seguimos siendo un país golpeado por la violencia, con bandas delictivas que han tomado las calles, con una economía frágil que apenas logra sostenerse y con un empresariado que resiste, cada vez con menos oxígeno, el peso de nuevos tributos.
La Asamblea, en lugar de discutir cómo generar competitividad y confianza, ha decidido aprobar nuevos impuestos a las utilidades. Y lo hace bajo una lógica que resulta incomprensible: paga la empresa si reparte dividendos, pero también paga si decide reinvertirlos. Se castiga tanto la distribución como la reinversión, enviando un mensaje claro al sector productivo: aquí no importa lo que haga, siempre deberá entregar más.
El problema no es meramente técnico. Se trata de un error de visión. Un país que aspira a crecer necesita un marco tributario que incentive la inversión, que premie la reinversión y que transmita estabilidad a largo plazo. Perú, pese a sus dificultades políticas, ha mantenido un esquema más racional: el capital que se reinvierte encuentra menos trabas y más estímulos. Por eso, año tras año, logra atraer más inversión extranjera y generar un crecimiento económico sostenido superior al nuestro. No es casualidad, es el resultado de políticas consistentes.
Ecuador, en cambio, insiste en un camino que debilita la confianza.
Con un sistema tributario que desalienta la inversión, que se reforma constantemente, y que se convierte en una maraña incomprensible para el inversionista, lo único que logramos es ahuyentar capitales y reducir las oportunidades de empleo. Todo esto se traduce en un país que se rezaga frente a sus vecinos.
El país necesita reformas profundas: disciplina fiscal, ordenamiento jurídico confiable, un sistema tributario competitivo y reglas claras que permitan al sector privado ser el motor de desarrollo.
No se trata de quién tiene el mejor desayuno, sino de quién construye mejores condiciones de vida para su población. La verdadera competencia regional se debe ubicar en la economía: en quién logra mayor disciplina fiscal, quién ofrece un marco jurídico estable, quién garantiza reglas claras y competitivas que impulsen al sector privado como motor del desarrollo.
El verdadero campeonato es el de la competitividad y el desarrollo. Y ahí, lamentablemente, el pan con chicharrón gana.