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Carlos Alberto Reyes Salvador | Adiós a un demócrata

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Su legado no es solo el de un expresidente, sino el de un referente moral. Rodrigo Borja

El 18 de diciembre se apagó la vida de Rodrigo Borja Cevallos, pero no su legado. A pocos días de cerrar el año, corresponde rendir homenaje a una de las figuras más lúcidas, honestas y consistentes de la política ecuatoriana contemporánea. Borja fue ante todo un demócrata convencido, un hombre que entendió la política como servicio público y no como botín, como proyecto de país y no como escalera personal.

Fundador y principal referente del partido Izquierda Democrática, Rodrigo Borja propugnó un socialismo democrático inspirado en la Europa de la posguerra, un ideario que buscaba justicia social con libertad, equidad sin autoritarismo, un Estado fuerte sin asfixiar la iniciativa individual. En tiempos de dogmas rígidos y polarizaciones estériles, sostuvo una izquierda moderna, institucional, profundamente respetuosa de la democracia y de los derechos humanos.

Su presidencia, entre 1988 y 1992, se desarrolló en un contexto complejo, marcado por tensiones económicas y políticas. Aun así, gobernó con decencia, apego a la ley y una ética pública que hoy resulta casi anacrónica. No fue un político de frases efectistas ni de gestos grandilocuentes; fue un estadista que creyó en la planificación, en la institucionalidad y en la palabra empeñada. Su trayectoria de más de seis décadas en la vida pública da cuenta de una coherencia rara vez vista, la misma honestidad en la oposición, en el poder y en la reflexión intelectual.

Borja fue también un pensador. Su obra emblemática, La enciclopedia de la política, constituye un aporte invaluable a la comprensión del poder, del Estado y de la democracia. No fue un político improvisado, fue un intelectual que llevó ideas a la acción y que jamás renunció al debate razonado. En una época donde la política se empobrece en consignas y se vacía de contenido, su ejemplo adquiere mayor relevancia.

Sus palabras sintetizan su visión y hoy cobran especial vigencia: “Hay que establecer las metas nacionales y un liderazgo que no piense en las próximas elecciones sino en las próximas generaciones”. En esta frase habita una crítica profunda al cortoplacismo que corroe a la política contemporánea. Borja entendió que gobernar es proyectar, que el liderazgo auténtico se mide por su capacidad de sembrar futuro, no por su habilidad para sobrevivir electoralmente. Pensar en las próximas generaciones implica responsabilidad, sacrificio y una ética del largo plazo que el país necesita con urgencia.

Su legado no es solo el de un expresidente, sino el de un referente moral. Rodrigo Borja demostró que se puede hacer política con ideas, con principios y con decencia; que la honestidad no es ingenuidad y que la democracia requiere convicciones firmes y diálogo permanente.

En esta Navidad, cuando el año se cierra y la memoria se vuelve reflexión, recordamos a Rodrigo Borja con respeto y gratitud. Que su ejemplo inspire a quienes hoy tienen la responsabilidad de conducir al país.

A nuestros lectores, un saludo navideño sincero y los mejores deseos para el 2026; que sea un año de paz, reflexión y esperanza, y que el Ecuador encuentre líderes capaces de pensar, como Borja, en las próximas generaciones.