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El Pueblo

Avatar del Bernardo Tobar

¿Quién eligió a esos ciudadanos que con las justas alcanzan a hilar obviedades, insuperables representantes del absurdo?

El pueblo es ese sujeto colectivo, anónima masa donde se tira la piedra y se esconde la mano; donde aflora ese lado irresponsable del ser humano, que nunca asume sus errores: vota por corruptos y luego se queja de la corrupción; vota por analfabetos constitucionales y luego resiente la calidad de los asambleístas; bota presidentes y luego se queja de la falta de autoridad; elige alcaldes que, muy sueltos de huesos, afirman públicamente que la tajada es legítima. Ese pueblo ha respondido contra lo que le hubiera favorecido, por puro desplante al consultante impopular; y tropieza reiteradamente con la misma piedra del engaño, porque es políticamente desmemoriado y descerebrado. Pero nada es culpa suya, ¡qué va!, es culpa del otro, del vecino con el jardín más verde, de las élites, de los gobernantes, del chivo expiatorio fabricado por las redes sociales y los manipuladores de la propaganda.

¿Quién puso ahí a esa mayoría de asambleístas jurídicamente iletrados, reconocidos más por sus fotos de piscina, por su chapucería lingüística -no se diga ya de la lógica-, por conexiones oscuras o glosas de Contraloría? ¿Por qué viven de los contribuyentes parlamentarios cuyo cuarto de hora de fama obedece a frases del tipo si robas robarás bien, a episodios del tipo féminas con burka haciendo la corte a un régimen totalitario y misógino? ¿Quién eligió a esos ciudadanos que con las justas alcanzan a hilar obviedades, insuperables representantes del absurdo, incapaces de parlamentar sin un guion precocido por un escribano fantasma? ¿Qué ingenuo sufragó esperanzado en que aprobarían leyes para el progreso, tan solo para descubrir que las han boicoteado todas? ¿Quién legitimó en las urnas a tanto cantamañanas reacio para legislar por la seguridad, pero incansable pirómano de la institucionalidad? En la Asamblea tenían cosas más importantes que hacer, según parece, como declarar el día nacional de la Wayusa Upina, dispensar amnistías a delincuentes o maquillar delirios golpistas con alegatos indignos para un estudiante de propedéutico.

Y será este mismo pueblo que ahora califica a los asambleístas con un dígito sobre cien en credibilidad el que, a pesar de todo, elegirá unos iguales o peores en la próxima ronda electoral. La democracia es un lujo de pueblos cultos, mas una espada de doble filo donde reina la ignorancia y el complejo.