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Proyecto Fintech

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Intentar encasillar las nuevas tecnologías y sus productos en moldes regulatorios es como pretender esculpir en piedra una figura en constante movimiento

Se trata en la Asamblea Nacional un proyecto de Ley Fintech que, dicho en una línea, pretende extender tentáculos regulatorios concebidos para las finanzas tradicionales. Es como obligar a drones a circular por la metrovía.

Para claridad, Fintech es la designación que se le da a una variedad de innovaciones tecnológicas disruptivas frente a la oferta tradicional de servicios financieros. Estas tecnologías logran la desintermediación o su reducción significativa, conectando directamente al sujeto de la necesidad con la fuente de la solución.

Este factor es esencial, pues la regulación financiera está concebida para controlar al intermediario, figura inexistente o marginal en el universo de Fintech. Un enfoque regulatorio propio de servicios intermediados es tan absurdo como darle a un banco central la facultad de emitir Bitcoin. La cuadratura del círculo.

La promiscuidad regulatoria ha estado siempre motivada por la supuesta protección del interés de los participantes en el mercado, bajo la visión del Estado tutelar. En mercados competitivos la más confiable validación de los agentes proviene del propio mercado, no de la autoridad.

Si lo que se tiene en mente es el interés de los usuarios, de aquellos cuya necesidad financiera hay que resolver, se lograría más con libertades que promuevan la competencia que con barreras de entrada regulatorias. Además en Ecuador, por disposición legal expresa, la autorización de operación y el control del Estado sobre las entidades financieras no supone traslado a este de los riesgos financieros de los usuarios, así que esta bendición oficial no es más que retórica fútil, una excusa para preservar y crecer el ‘statu quo’.

Es una cuestión de libertad: realizar operaciones con las entidades financieras tradicionales, reguladas en exceso, o tomar riesgos con operadores Fintech, debe ser una elección personal. Fintech ya opera, en un grado u otro, en el mundo entero, y los usuarios han optado por esta oferta alternativa mucho antes de que fuera notada por los radares legislativos. Intentar encasillar las nuevas tecnologías y sus productos en moldes regulatorios es como pretender esculpir en piedra una figura en constante movimiento.