Bernardo Tobar: Orden fracturado

El sistema está exangüe desde hace rato por ineficaz y por haber trastocado su misión
La Carta de las Naciones Unidas (Carta), concebida para preservar la paz en respuesta al flagelo de la Segunda Guerra Mundial, propició varios tratados que cristalizaron gracias al impulso del inédito consenso multilateral, incluyendo la OTAN, la OEA y el Estatuto de Roma, que estableció la Corte Penal Internacional (CPI) para juzgar crímenes de lesa humanidad. La comunidad internacional parecía descansar sobre consensos mínimos que delimitaban el tablero del ajedrez geopolítico, al menos para el besamanos y la foto de portada.
Si bien el sistema actuó en ciertas instancias con resultados limitados, en los tiempos actuales su ineficacia ha quedado patente; más bien ha sido instrumentalizado por los enemigos de los valores que proclama. ¿Acaso China o Cuba, países donde la gente desaparece por incomodar al régimen, no son parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU? ¿Y no lo fue también la dictadura chavista? ¿Puede alguien negar el ensordecedor silencio de la ONU cuando voces de todo el planeta clamaban contra el fraude electoral y la represión violenta en Venezuela? ¿Ha servido de algo el marco jurídico supranacional para devolverle la democracia y las libertades civiles a los países esclavizados por tiranías? ¿Ha movido un dedo la CIP para sentar en el banquillo a Maduro y a Díaz-Canel?
Los hechos consumados han gravitado más que todo el entramado normativo y su burocracia indolente, la que, por contraste, ha sido muy diligente al avanzar la indigerible Agenda 2030, un manifiesto totalitario, altamente ideologizado y convertido en imperativo por la ONU, a pesar de que no se ha consultado a ninguna sociedad nacional y de que su vertebración colectivista contradice la libertad y dignidad de la persona humana, principio fundacional de la Carta. Europa, principal ejecutora de la referida agenda, tenía un PIB comparable al de Estados Unidos hace 20 años, mas hoy llega apenas al 60 % de éste. Empresas y talento fugan al oeste del Atlántico, donde hay menos regulaciones, menos impuestos y más oportunidades.
El sistema está exangüe desde hace rato por ineficaz y por haber trastocado su misión. Su burocracia está más enfocada en controlar a individuos y regular a empresas que en preservar libertades, en franco divorcio con los fundamentos de la Carta.