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Beatriz Bencomo: Brutalismo planetario

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En Argentina, Milei agita una motosierra; en Colombia, Petro gobierna desde X con la misma lógica emocional que su espejo en el norte; en Brasil, Bolsonaro minimizó 700 mil muertes por COVID; en Venezuela, Maduro industrializa granjas de ‘trolls’; en Estados Unidos, Trump tuiteaba entre 15 y 60 veces al día, midiendo en tiempo real qué insultos generaban más ‘engagement’.

No son desbordes individuales: son la evidencia de un ecosistema político que descubrió que la brutalidad vende. Son fractales de una misma lógica global que aprendió a gobernar desde la furia.

El brutalismo político trasciende ideologías. Petro y Maduro comparten gramática; Trump y Correa se detestan, pero sus ‘performances’ son intercambiables. Los algoritmos no tienen ideología, aunque sí consecuencias políticas. No les importa si odias al socialismo o al neoliberalismo: solo necesitan que odies, porque la furia mantiene tu atención en movimiento. Es el impulso que sostiene el ‘doomscrolling’.

El sistema monetiza un sesgo ancestral: prestamos más atención a las amenazas que a las oportunidades. El odio produce las mejores métricas. Así, el algoritmo no te encierra en una burbuja de confort, sino en una de combate. Te muestra a tus enemigos para provocar tu reacción, y tus reacciones alimentan su poder.

Un político moderado dice “dialoguemos” y alcanza a cinco mil personas. Uno brutalista grita “los enemigos quieren que tu madre muera” y llega a 500 mil. En pocos meses, el moderado desaparece del ‘feed’: no censurado, sino invisibilizado por irrelevancia métrica.

No estamos condenados, pero tampoco salvados por ‘default’. Cada vez que elegimos conversación en vez de grito, reprogramamos aunque sea por un instante el algoritmo que gobierna la atención. Humanizar el ‘feed’ es el nuevo acto político.

¿Podemos usar las redes sin alimentar al monstruo?

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