Arturo Moscoso Moreno: Rafael, ¿eres tú?

Por eso sorprende o directamente indigna ver cómo son llamados a su gobierno conspicuos representantes del correísmo
Daniel Noboa llegó a la presidencia presentándose como el rostro de la superación del pasado. “El nuevo Ecuador”, decía. Y fue precisamente esa promesa la que le sumó apoyos clave. No todo su electorado fue anticorreísta, es cierto. Pero una parte decisiva -la que inclinó la balanza en segunda vuelta- sí lo fue. No por amor a Noboa, sino por rechazo al regreso de quienes ya estuvieron demasiado tiempo en el poder.
Por eso sorprende o directamente indigna ver cómo son llamados a su gobierno conspicuos representantes del correísmo, algunos incluso al frente de medios públicos o portavoces del régimen. Figuras que, hasta hace poco, encarnaban exactamente lo que se prometió dejar atrás. Una alineación que deja claro que el discurso de la renovación tiene excepciones, paréntesis… o letra pequeña.
¿Es esto pragmatismo? ¿Una apuesta audaz por la estabilidad? Puede ser. Pero también podría ser el indicio de hasta dónde está dispuesto a ceder poder en nombre de una supuesta gobernabilidad. No solo desconcierta a sus votantes: desgasta su narrativa, compromete su credibilidad y les regala argumentos a sus opositores.
Es que el costo no es solo de imagen. Estas decisiones pueden provocar rechazo ciudadano, desgaste acelerado de popularidad y hasta fracturas en la precaria mayoría parlamentaria. Más aún, en muchos han generado una sensación de estafa, la idea de que el ‘cambio’ era apenas de tono. Y eso, en un escenario de alta volatilidad como el ecuatoriano, puede ser fatal.
Salvo, claro, que la selección de funcionarios obedezca a cálculos menos evidentes. Una aproximación al correísmo, hasta hace poco parecía improbable, ya no parece tan descabellada. No sería la primera vez que un gobierno levanta su agenda sobre la amnesia selectiva de lo que ofreció en campaña.
Gobernar es elegir. Y las elecciones que se hacen desde el poder dicen más que cualquier eslogan. Cuando el discurso de cambio comienza a rodearse de rostros conocidos -justamente los que encarnan las formas más cuestionadas de ese pasado que se prometió superar-, es inevitable hacerse la pregunta: Rafael, ¿eres tú?