Arturo Moscoso Moreno | ¿Pobrecito?

Nadie ha negado que, mientras el país enterraba a sus muertos, Glas priorizaba obras inútiles con contratistas amigos
Qué dura debe ser la cárcel cuando uno está acostumbrado al vino francés y no al tinto en cartón. Qué ingrato debe resultar el encierro cuando la condena no se la vive en Bruselas sino en La Roca. Y qué escandalizados están algunos porque a Jorge Glas lo condenaron, otra vez. Está demacrado. No duerme ni se alimenta bien. Pobrecito.
Y sí, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le ha solicitado a la Corte IDH medidas provisionales para proteger su salud y su vida. Pero ojo, no son para liberarlo ni para declarar su inocencia, sino para evitar que se muera en prisión. Porque, claro, cargar con tres condenas firmes por corrupción -una de ellas por desviar fondos destinados a la reconstrucción tras el terremoto del 16 de abril- debe ser demoledor. Más aún si no hay jacuzzi, lujos y serviles obsecuentes alrededor dispuestos a adularlo y cumplir órdenes.
Así que cuidado, que se le quiera garantizar atención médica y condiciones básicas no lo convierte en un perseguido político, sino en un reo más al que deben aplicarse los estándares mínimos de humanidad. Resulta tragicómico que algunos quieran vender ese pedido como si se tratara de una reivindicación moral o que pretendan que el derecho a recibir un mejor trato en la cárcel equivalga a una absolución histórica. La medida protege su vida, no su reputación. La Comisión no lo defiende ni lo exculpa, solo recuerda que sigue siendo humano.
Las medidas cautelares no borrarán sus condenas. No anularán sus vínculos con jueces corruptos ni sus maniobras para manipular la justicia a su favor. No limpiarán su historial de cinismo, ni sus contratos dirigidos, ni sus favores oscuros. Nadie ha dicho que es inocente. Nadie ha negado que, mientras el país enterraba a sus muertos, Glas priorizaba obras inútiles con contratistas amigos.
Que lo atiendan, sí. Que no se muera, por supuesto. Nadie merece un trato degradante, ni siquiera él. Pero que no nos vengan con el cuento del ‘pobrecito’. Porque no lo es. No está ahí por accidente ni por poesía: está ahí porque se lo buscó, con plena conciencia, a punta de poder, impunidad y codicia.