Premium

Arturo Moscoso Moreno: Pegada con babas

Avatar del Arturo Moscoso Moreno

Las lealtades duran mientras haya algo que repartir, pero cambian de bando con rapidez cuando los beneficios se agotan 

El oficialismo logró lo que se anticipaba: articular una mayoría en la Asamblea, hacerse con la presidencia, asegurarse el CAL y, si todo se alinea, controlará también las comisiones más importantes. Para un gobierno que apenas hace año y medio llegó a Carondelet sin estructura partidaria, es una victoria política incuestionable. Pero también un riesgo. Veamos.

Para empezar, no es una coalición programática -eso exigiría partidos con programas, que en el país no existen- sino un acuerdo de intereses. A la mayoría de actores políticos involucrados no los mueve una visión de país, sino el cálculo personal, el beneficio partidista o la lógica clientelar. La ideología brilla por su ausencia y el reparto es la sustancia.

Con los 80 votos logrados en la elección de autoridades, el oficialismo tiene margen para gobernar. Puede impulsar su agenda, blindarse, e incluso podría, si mantiene la cohesión, aprobar reformas parciales profundas a la Constitución sin necesidad de arriesgarse con una Asamblea Constituyente. De hecho, desde el propio Gobierno ya se ha dicho que, por ahora, esa posibilidad queda en pausa.

Pero, ¿por cuánto tiempo se sostendrá esta mayoría? La historia reciente invita al escepticismo. Gobiernos que arrancaron con respaldo legislativo, como el de Guillermo Lasso, terminaron sitiados por una Asamblea hostil, que incluso lo llevó a la muerte cruzada. En Ecuador las lealtades duran mientras haya algo que repartir, pero cambian de bando con rapidez cuando los beneficios se agotan o el capital político del gobernante decrece.

Mientras, si bien el correísmo, por ahora, ha quedado desplazado y aislado, no está muerto. Y recordemos que se mueve como alimaña herida: sin poder, pero con rencor. Si el oficialismo tropieza, estará listo para cobrarse cada humillación con creces. Subestimarlo sería un error.

Entonces sí, hay gobernabilidad. Pero está sostenida en una alianza pegada con babas, como dice Mauricio Alarcón. Una mayoría que, si no se cuida, puede deshacerse en cualquier momento. Y con ella, las reformas… o incluso, la continuidad misma del proyecto presidencial.