Arturo Moscoso Moreno | Cónclave

...incluso para los que no creemos, lo que haga o deje de hacer la Iglesia católica sigue importando
Todo comenzó con una buena película: Cónclave. Una joya reciente que atrapa con su atmósfera cerrada y tensa. Por supuesto, el paso lógico fue leer el libro de Robert Harris en que se basa. Me gustó, aunque -como suele pasar- el cine condensó mejor el suspenso. Sin embargo, la explicación que hace el libro de cómo funciona un cónclave es clarísima.
Luego cayó en mis manos El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas, un retrato fascinante del papa Francisco y de su papado. Entre revelaciones, humor y geopolítica eclesiástica, me enganché aún más en el tema.
Y justo cuando pensaba que ya era suficiente dosis de catolicismo para un ateo como yo -antes rabioso, hoy apenas irónico- va y se muere el Papa. Así que ahora no solo tengo contexto, también tengo ‘timing’, y como dice el meme: pasé de analista político a vaticanista en cuestión de horas.
Ya en serio: el cónclave que se viene será menos un duelo entre el bien y el mal, y más una partida de ajedrez entre bloques eclesiásticos. Francisco deja un colegio cardenalicio con su marca: pastoral, global, humilde y con una Iglesia que se pretende cercana a la gente. Si Zuppi o Tagle, logran aglutinar los votos ‘francisquistas’, el rumbo seguirá más o menos igual. Pero si se estancan, el voto de compromiso podría ir a Pietro Parolin, el canciller diplomático por excelencia. Cualquiera que gane, eso sí, difícilmente nos devolverá al conservadurismo de Wojtyla o Ratzinger.
Ahora, más allá del humo blanco, la Iglesia tiene asuntos urgentes que postergar ya no es opción. El papel de la mujer, la ordenación femenina, el trato a la comunidad LGBTQ+, el aborto, el celibato obligatorio, temas que afectan vidas reales. Y dado el peso simbólico (y político) que el catolicismo aún tiene en buena parte del mundo, lo que pase tras esos muros pintados por Miguel Ángel no debería parecernos tan lejano.
¿Yo? Luego de este breve análisis, vuelvo de nuevo a la política, aunque me quedo con una idea incómoda: incluso para los que no creemos, lo que haga o deje de hacer la Iglesia católica sigue importando. Y mucho.