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Arturo Moscoso | A la medida

Avatar del Arturo Moscoso Moreno

Porque cuando se crea una institucionalidad a la medida del poder, los que terminan desprotegidos somos los ciudadanos...

Si hay algo que en este país no pasa de moda es la maldita costumbre de gobernar como si el Estado fuera una sastrería, donde cada ley, cada institución, cada política pública se corta y se cose para que le quede perfecta al que manda hoy, aunque le quede fatal al país mañana.

No importa si la tela es buena o mala, si los botones no son del mismo color, si las mangas están demasiado largas o si el pantalón es saltacharcos. Lo importante es que el modelo luzca bien en la foto del momento, que favorezca la figura del gobernante, que disimule las arrugas del poder y que deje espacio para los adornos del personalismo o para la corrupción.

Ya tuvimos un presidente que se mandó a hacer una Constitución y las normas que la reglamentaron enteritas para él: con tirantes para estirarlas a su antojo, blindaje a la fiscalización y bolsillos secretos para meter jueces, asambleístas o medios de comunicación. Todo con el sello de ‘Hecho en Montecristi’, con la tijera y sus serviles sastres siempre listos para cortar lo que le estorbe.

Y aunque ese traje, que era horrible desde el principio, y ahora, además, ya se ve viejo, manchado y deshilachado, hay quienes parecen tentados a seguir el patrón. Se habla de reformas urgentes, de instituciones nuevas, de reglas más severas, pero hay señales de que la prenda podría estarse diseñando otra vez pensando en quién la usará y no en quiénes la heredarán. Con costuras débiles, remiendos mal hechos y el mismo viejo afán de que el poder vista cómodo, aunque los demás terminemos desnudos.

Es que lo preocupante no es que se reforme o se innove. Lo preocupante es que se repita el vicio de legislar viéndose en el espejo y no con los ojos puestos en el futuro. Porque cuando se crea una institucionalidad a la medida del poder, los que terminan desprotegidos somos siempre los mismos: los ciudadanos, que luego debemos lidiar con leyes mal hechas, instituciones inútiles y estructuras que no resisten nuevas realidades.

Y así seguimos, ajustando y recortando las instituciones a la medida, como si nunca fuera a tomarse en serio lo de gobernar a largo plazo.