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Andrés Isch | ¿Para qué?

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Puedo entender por qué, más allá de la fe, puede sentirse al uso de una capilla como una intención premeditada para ofender

Hay una tensa discusión en redes con respecto a la obra teatral Aristócratas: crónica de una marica incómoda, que se presentó en la Iglesia del Museo de la Ciudad, espacio bajo administración del Municipio de Quito. Los colectivos ‘gay’ han estado muy asociados al activismo (en el último tiempo de manera particular a los temas trans), por lo que supongo que la polémica era deseada y hasta quizás la finalidad de la puesta en escena. Es un segmento de la población que históricamente ha sufrido de segregación, prejuicios y violencia, por lo que puedo entender que muchos sientan una necesidad permanente de reivindicación y de empujar límites convencionales.

Sin embargo, creo que hay una pregunta que siempre debe estar presente en manifestaciones públicas, vengan de donde vengan: ¿para qué? ¿Para qué se busca una confrontación con ciudadanos que tienen otra forma de pensar, otra manera de ver el mundo? ¿Hay un beneficio para su causa? ¿Hay en el horizonte derechos que no han sido ya alcanzados? ¿Beneficiarán acciones como estas al que debería ser el objetivo principal, esto es, generar mayor tolerancia y respeto a las diferencias? Siento que en las discusiones, propuestas y políticas impulsadas por muchos se prioriza una suerte de desquite cultural, incluso poniendo en riesgo lo ya ganado.

Yo no soy católico, ni siquiera creyente, pero sí puedo entender por qué, más allá de la fe, puede sentirse al uso de una capilla como una intención premeditada para ofender. ¿Están estas expresiones protegidas por la libertad de expresión? Sí. ¿Ayuda en algo a fortalecer derechos? Lo dudo, porque cuando el respeto queda de lado por la soberbia, cuando la racionalidad quiere ser aplastada por los dogmas (incluso intentando contrariar realidades biológicas evidentes), es casi seguro que habrá una reacción opuesta y fuerte que no sólo se resistirá a los absurdos, sino que generalizará también contra planteamientos legítimos.

¿Para qué, entonces, confrontar en lugar de buscar canales que fomenten unión dentro de la diversidad? El Ecuador no necesita atomizarse en pequeñas tribus, sino derroteros comunes que nos permitan a todos sentirnos respetados, valorados y protegidos.