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Andrés Isch | Ser padre

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Ser padre: un privilegio que nos recuerda dónde están esos principios que parecen haber desaparecidos de otros espacios

Quizás porque estaba más preocupado por encontrar un camino propio o quizás por miedo a no estar a la altura de lo que esa tarea significa, ser padre era algo que hasta los cuarenta años no tenía entre mis planes. Era una condición que no la sentía ni entendía como importante para mí. Puede ser esta la razón por la que tampoco entendía la profunda transformación que un niño trae no solo a la dinámica diaria sino sobre todo al espíritu humano.

Hoy tengo dos hijos que como un terremoto han sacudido lo que, ahora me doy cuenta, eran débiles cimientos en mi vida. Egoísmos derrumbados entre los que comienzan a florecer momentos simples pero suficientes para transmitir plenitud. Hay un yo que desaparece con la paternidad para convertirse en una responsabilidad colectiva y con ello también un permanente estado de angustia, sentidos hiperdesarrollados y agotamiento, pero desde donde se reproduce, de forma casi mágica, la fuerza para aguantar jornadas de veinte horas y comenzar de nuevo cada mañana. Siento que mis días son caóticos, que mi memoria es un desastre para todo aquello que no sean tareas domésticas y que no voy a volver a encontrar horas de silencio para enfocarme en mis gustos personales; y, sin embargo, también siento por primera vez la plenitud y trascendencia reflejada en sus miradas.

Ser padre es una lección de humildad pues conviven el amor infinito y el miedo ante la fragilidad de esos seres a los que queremos proteger del universo pero que tienen una individualidad propia que progresivamente los alejará de nuestros brazos. Una cruel ironía saber que toda la dedicación que pongamos en su crianza está orientada a que puedan volar solos. ¿En qué está tan fuertemente enraizado el instinto para que, sin dudar, estemos dispuestos a sacrificarlo todo en beneficio de ellos sin querer nada a cambio?

Ser padre también es un privilegio que nos recuerda dónde están esos principios que parecen haber desaparecidos de otros espacios, como la solidaridad, el esfuerzo y la bondad. Están escondidos en las risas y en los abrazos, en el orgullo de ver su crecimiento y cada nuevo peldaño que alcanzan.

Este domingo voy a festejar que la felicidad me llegó en dos envases pequeños.