Andrés Isch | Llenar las palabras

Cambiar el significado de una palabra altera también la vinculación de esa palabra con las personas
Hace poco, en una conversación sin mayor relevancia, alguien se quejaba de cómo muchos de sus conocidos habían cambiado su manera de pensar sobre distintos eventos de actualidad, particularmente de cómo se alejaban de posturas progresistas. “Me sorprende lo fascistas que se han vuelto”, me dijo, con evidente convencimiento de que el término describía no sólo su posición política sino que también definía al resto de manera integral. El término, entendido con ligereza, ignorancia y arrogancia, se ha popularizado entre políticos y activistas de izquierda para señalar a quienes piensan distinto o a quienes valoran la libertad sobre el absolutismo estatal, a pesar de que es lo contrario a lo que los fascistas propugnaban, pues su máxima principal es el Estado sobre el ser humano, aplastándolo con el uso de la fuerza si se desvía del pensamiento único del líder. No trata sobre un lado del espectro ideológico sino sobre el fin de la individualidad.
Este es un ejemplo de tantos donde el contenido de las palabras se ha vaciado, secuestrado por grupos que han sido extremadamente hábiles en apropiarse de ellas. La real guerra cultural está en el lenguaje, porque es el lenguaje el que construye la realidad y la enmarca: para nuestro cerebro nada existe realmente si no podemos identificarlo o definirlo. Cambiar el significado de una palabra altera también la vinculación de esa palabra con las personas e incluso modifica nuestra relación con el pasado. Cada día atestiguamos cómo valiosas luchas históricas (el feminismo, por ejemplo) quedan reducidas a caprichos por la manipulación de la palabra y cómo sucesos dramáticamente evidentes, como el Holocausto, se diluyen en el imaginario por falsas equivalencias y nimiedades.
La selectividad con que se le da valor a hechos anecdóticos o superfluos por sobre realidades profundas es algo que a mí me causa preocupación, pues denota la facilidad que la era digital da para que inescrupulosos puedan distorsionar el presente y dominar el futuro.
La única solución a este fenómeno es no abandonar la batalla por la verdad. Confrontar las mentiras con ideas, confrontarlas con hechos y realidad y, sobre todo, confrontarlas exponiendo a quienes las promueven, llenando de autenticidad las palabras.