Andrés Isch | La hoguera y la posrealidad
La política es perversa. Atrae a toda clase de aduladores y bajos seres, quienes pululan alrededor de quien la ejerce
La central Coca-Codo Sinclair, obra icónica del socialismo, fue adjudicada en el 2009 e inaugurada en el 2016 por el exbinomio Correa-Glas. En ninguna de sus fases, precontractual o contractual, participó Lenín Moreno. No tuvo nunca competencias sobre el sector energético ni ejecutó acto relacionado a ella. No existe prueba incorporada al expediente que lo conecte con la obra, ni nexo alguno con dinero que pudo haber salido de allí. Y, sin embargo, por una denuncia presentada por el Latin King Ronny Aleaga, es él, junto con su familia, y no quienes idearon y administraron el proyecto, quienes se enfrentan a una causa penal.
Lenín Moreno no es una persona popular. Terminó su período con índices de aprobación muy bajos, producto sobre todo de que heredó una bomba de precisión heredada que fue diseñada para que explote una vez que sus predecesores hubieran dejado el cargo: el manejo irresponsable de las finanzas públicas, con cuentas imposibles de pagar; la desinstitucionalización de cada espacio de poder, puestos al servicio de un caudillo; el pacto de conveniencia (tácito o expreso) con la mafia y de su decisión de devolver al Ecuador a la senda democrática. Esa antipatía generada por un período de ajustes y cambios ha reemplazado al derecho dentro del caso Synohidro, último ejemplo de la posrealidad.
La política es perversa. Atrae a toda clase de aduladores y bajos seres, quienes pululan alrededor de quien la ejerce. Cuando el poder se termina, como parásitos buscan otros espacios dónde seguir alimentándose. Por eso cuesta descubrir la verdad en procesos en los que la política está inmersa, porque a los hechos los supera la propaganda. Lo hicieron con Mahuad y su decisión de dolarizar y ahora pretenden hacerlo con Lasso, en un delirio que intenta vincularlo con el narcotráfico.
En la era de la posrealidad hay que regresar a lo simple, a los hechos concretos, a lo material, cerrando el paso a las narrativas que buscan convertirse en sentencias anticipadas para lanzar a cualquier adversario a la hoguera. El nivel de aceptación no puede convertirse en un escudo o una condena.