Abelardo García Calderón: Penosas y tristes medidas

Formemos al niño y adolescente, entendiendo que este es mucho más que manejo de conocimiento
Cuando en varios estados de la Unión Americana se corren proyectos de ley o ya se establecen normas que permiten a los profesores portar armas dentro de las instituciones educativas, tenemos que reconocer que los tiempos han cambiado sustancialmente.
De primera instancia, la medida resulta insólita, pero claro, viene como respuesta a los distintos incidentes que cada cierto tiempo se dan, en los que estudiantes o exalumnos de dichas escuelas esgrimen armas para atacar a compañeros y profesores.
Radical y acaso para algunos, necesaria medida, no deja de ser triste, pues solo pensar en la presencia de armas en un colegio, duele y perturba.
El concepto de autoridad, de respetabilidad a personas e inmuebles educativos, sin duda se ha perdido y hoy se viaja otra vez del respeto al miedo, esperando que el hecho de que exista un profesor armado para defender o defenderse, disuada a algunos o impida tragedias más grandes. Volver al temor sobre las consideraciones respetuosas, a la drasticidad sobre la compresión y la ternura, es un golpe para la educación, pero una vez más debemos tener claro que esto no se daría si se trabajara a tiempo y en el momento oportuno.
Formemos al niño y adolescente, entendiendo que esto es mucho más que manejo de conocimiento; trabajemos en su área espiritual, en su sensibilidad, y en la práctica de una ética y moral que penosamente se han deslindado del proceso formativo. Familia y escuela necesitan redescubrir esto para construir personalidades equilibradas que no necesiten violencia ni muerte para justificar su presencia.
Nos dolió también y preocupó el enterarnos de que en el estado de California se estaba proponiendo una ley para prohibir a las escuelas notificar a los padres sobre indicios de transexualidad de sus hijos, lo que haría más grande el divorcio entre familia y escuela, más allá de que son los padres los que primero deben informarse sobre las acciones de sus hijos, pues son ellos los primeros formadores y, por supuesto, tutores responsables de aquellos a los que trajeron al mundo.
Mirémonos en ese espejo, que todo llega.