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Abelardo García Calderón | Guayaquil de mis amores

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Tenemos que volver por los fueros y darles a nuestros niños y jóvenes el conocimiento de sus raíces

“Guayaquil ciudad hermosa, de la América guirnalda, del mar perla preciosa y de la tierra bella esmeralda”. Así le cantaba el vate dauleño Juan Bautista Aguirre a la ciudad que amaba. Para Lauro Dávila era: “Guayaquil de mis amores”. Mientras que Rubira Infante la describía como: “Guayaquil, pórtico de oro”.

La Perla del Pacífico fue así cantada por juglares, bardos y compositores, aunque también pasó momentos difíciles en que se dijo: “Guayaquil de mis amores, necesita más amor”.

Hoy podríamos decir que estamos en uno de esos tiempos tristes en que Guayaquil, de alguna forma, está preterida y abandonada. Y cómo no estarlo, si para que algo sea amado tiene que ser primero conocido. Vivimos tiempos en que, aunque parezca mentira, niños y jóvenes no conocen la ciudad.

Hace unos cuantos meses, alumnas mías que participaban en un proyecto sobre el Guayaquil turístico descubrían el Malecón 2000, temían cruzar la calle y se sorprendían con el barrio Las Peñas. En otro momento, un estudiante que se acercó al norte de la ciudad, en la ciudadela Kennedy, para ver una exposición pictórica sobre Van Gogh, le reportaba a su madre por teléfono: “Estoy en un Policentro, mamá”.

Aunque no lo creamos, hay alumnos que no conocen la Columna de los Próceres, ni tienen idea de la Rotonda; peor aún, que hay iglesias como San Vicente y La Merced, que son íconos de momentos arquitectónicos de la ciudad. De ahí que no haya arraigo, que no haya pertenencia, que no haya cuidado, porque, obviamente, falta amor.

Hay familias que se han organizado para llevar a sus hijos a conocer Guayaquil. Unas lo hacen con guías especializados, otras simplemente llevadas por sus recuerdos y sus nostalgias citadinas, pero son las menos. Tenemos que volver por los fueros y darles a nuestros niños y jóvenes el conocimiento de sus raíces.

Encerrados por el miedo, abatidos por la incertidumbre e inseguridad, estamos castigando a generaciones al no hacerlas conocer su esencia, su cultura, su historia y su lugar natal.

¡Vivamos Guayaquil en nuestras aulas! Adentrémonos en ella y aprendamos a sentirla nuestra.