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Abelardo García Calderón | Atención al lenguaje de los niños

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El silencio familiar, el ruido de la imagen y la soledad junto al miedo se juntaron para darnos niños intimistas y silentes

Una vez más la innombrable pisó fuerte. Cuando metió miedo y encerró a los niños en casa, estos no encontraron mejor refugio que el mundo de la imagen y el audiovisual contemporáneo. Si a esto sumamos que la atracción por la tecnología ya venía gestándose años atrás, y que los niños se han vuelto digitales incluso antes de hablar bien, se elaboró el coctel perfecto. El silencio familiar, el ruido de la imagen y la soledad junto al miedo se conjuntaron para darnos niños intimistas y silentes.

La familia entretenía al niño con pantallas. Los teletrabajos y las telejornadas educativas virtuales irrumpieron en los hogares, generando barreras invisibles, tras las cuales cada quien se ocupaba de lo suyo, y pese a que estaban todos juntos, se sintieron distantes, relacionando los niños todo esto con un mundo autómata y de silencio.

Lo afectivo no se quedó atrás. Padres aterrados que veían peligrar la vida de sus hijos se encargaron de sobreprotegerlos, de llevarlos a la ‘Tierra de Liliput’, de encarcelarlos en los barrotes rígidos de un infantilismo absoluto, como si eso fuera la concha protectora. Los inutilizaron hablándoles como a bebés y dejándolos a la saga de su natural desarrollo.

Los resultados hoy están en las aulas: alumnos de hasta seis años que no saben ni pueden hablar con claridad, que ignoran la buena dicción y que se disminuyen a sí mismos por no saber manejar una clara expresión verbal. La oralidad se ha perdido de manera preocupante, niños entre los dos y los cuatro años no son capaces de manejar un lenguaje claro y suficiente, y los padres están convencidos de que lo hacen porque son “chiquitos”, “después ya aprenderán”.

Necesitamos fortalecer la escucha. Contarles, narrarles, no solo con imágenes onomatopéyicas de las que en muchas ocasiones están cargados los audiovisuales infantiles, sino contarles de viva voz cuentos, leyendas, historias.

Dejar que nos escuchen se vuelve imperativo para que aprendan no solo vocabulario, sino a prestar atención a lo que están oyendo.

Tenemos que salvar el lenguaje en los niños y mostrarles que es su carta de identidad.