El virus nos transformó en solidarios

La pandemia generó una crisis económica sin precedentes y aunque en estos días Guayaquil se encuentra aplicando el semáforo amarillo y se han comenzado a reactivar los negocios, la ciudadanía está desfinanciada. Quienes vivíamos de las rentas no hemos podido cobrar los alquileres, los empleados formales tampoco sus sueldos, los informales no han podido vender sus productos, las profesiones y oficios se quedaron sin clientes, los importadores y dueños de almacenes han visto caer sus ventas porque las personas, antes de comprar por mero impulso, tenemos que establecer en estos momentos que es prioritario y qué es superfluo. Las instituciones que brindan servicios básicos como luz, agua y telefonía requieren de las cobranzas aunque sean parciales para poder seguir operando. Esta situación nos afecta a todos de una u otra manera, produjo un efecto dominó y la única forma de superarlo es reconociéndonos copartícipes todos entre sí de una misma situación en la que somos exactamente iguales. Para poder seguir adelante, hemos tenido que ajustarnos dentro de un esquema social que aunque siempre fue el ideal, jamás se lo pudo aplicar porque el individualismo alienó a la humanidad. Los comerciantes han tenido que bajar los precios de los víveres, también bajaron las tarifas de los taxis porque si no lo hacen no habrá cristiano que les pueda pagar valores altos por transportarlos, los operadores de servicios básicos se han visto en la necesidad de conceder cómodas formas de pago mediante plazos y abonos a los consumos. Todo esto es lógico pues ya no estamos en aquellos días en que primaba el deseo de lucrarse. Hoy, quien no ofrece precios competitivos simplemente quiebra. Todos tenemos la esperanza de que esta difícil situación termine para volver a vivir como antes. Pero yo me pregunto: ¿no será mejor quedarnos así, como hoy estamos?