La inseguridad y violencia social, decisión de pocos

Es concluir, de manera unánime, que la violencia se alimenta de pobreza, corrupción, impunidad y narcotráfico

Distinguidos lectores, soy uno de aquellos miles de ciudadanos que hemos visto una inseguridad desbordada, especialmente en los dos últimos años. Una inseguridad que nunca ha dependido de quienes la sufrimos, incluidas nuestras Fuerzas Armadas y Policía. Una violencia rentable y política. Una violencia sostenida por manos insolentes. Una violencia social resentida. Una violencia impuesta por grupos criminales y violentos que han quitado muchas vidas.

Por esta razón, hoy, cansado de ver cómo asesinan sin ningún rubor ni piedad a ciudadanos, siento la triste necesidad de escribir sobre este manto oscuro que nos cobija desde que nacimos. Y es que esta violencia que nos agobia y nos mata no solo nos deja un trauma tatuado en nuestras almas ecuatorianas. La inseguridad y violencia social frenan el desarrollo de nuestra nación; le arrebatan a los niños y jóvenes el derecho a la educación, a la salud; quiebran emprendimientos y negocios; alejan el turismo dinamizador de nuestra economía; además de que entorpecen el ejercicio democrático y marchitan el honor del servicio público.

Las cifras de los dos últimos años son aterradoras y vergonzosas ante el mundo: el incremento de la criminalidad, los asaltos, secuestros, sicariatos, aumento del tráfico e incautación de drogas, incremento de las extorsiones o ‘vacunas’, así como de una corrupción sistémica e impunidad sin ser combatidas.

Así podríamos afirmar que el Ecuador sería, de manera literal y no arrogante, un país de ensueño y de paz sin esta violencia social mezquina. Podríamos ser un gran país, eminentemente agrícola y proveedor al mundo, un destino turístico enriquecedor de nuestro territorio.

Tenemos todo, salvo una cosa: el derecho a decidir terminar con la inseguridad y violencia en el Ecuador. La violencia e inseguridad son y han sido una decisión de pocos.

Los ecuatorianos no podemos decidir acabar con esta maldita violencia que nos abruma, porque se ha convertido en una herramienta política que alimenta el ego, los bolsillos y el poder de unos pocos. Nuestra única herramienta como sociedad es entender que la inseguridad y violencia social constituyen un dolor común. Es concluir, de manera unánime, que la violencia se alimenta de pobreza, corrupción, impunidad, narcotráfico y del miedo que corre por nuestras venas.

Mario Vargas Ochoa