El problema de transporte y movilidad en Guayaquil está transformando las costumbres
Afecta a la mayoría de las ciudades importantes del país
Como sociedad, no la tenemos fácil. Donde sea que miremos, el tráfico se ha convertido en un serio problema y lo que ocurre en calles, autopistas y carreteras no es más que el reflejo de una ciudad con taras profundamente arraigadas: delincuencia, violencia, prepotencia, mala educación y falta de respeto a las leyes.
Otra verdadera epidemia golpea al Ecuador: el alarmante incremento de accidentes de tránsito, que puede o ya se está convirtiendo en un problema de seguridad nacional. Todo ocurre en el contexto de un país subdesarrollado, donde el siniestro en sí mismo representa una carga enorme: personas fallecidas, lesionadas, daños materiales, costos para los propietarios de vehículos y, sobre todo los gastos que el Estado con recursos limitados debe asumir en la atención médica de los afectados cuando estos son escasos de recursos. Asimismo, está el impacto económico y emocional en las familias de las víctimas, que en muchos casos caen en una catástrofe financiera. Y hay más: la falta de señaleticas y control de las autoridades, los atascos, los trancones que debemos soportar por horas, los desperfectos mecánicos por el tiempo detenidos en el tráfico y el atraso que genera cada accidente. A la menor oportunidad se irrespeta la ley. Si, a esto le sumamos el serio problema del uso de motocicletas -como medio de transporte, para servicio público y de entrega a domicilio de todo tipo de servicios-. Basta salir a las calles para observar la infinidad de motociclistas que circulan frente a las autoridades infligiendo la ley. Ya no hay temor de parte de ellos; parece que se ha normalizado.
Siniestros en calles, avenidas, autopistas y carreteras, en automóvil, motocicletas, transporte de carga o públicos, son el pan de cada día. Detengámonos a evaluar la salud mental del ciudadano. Definitivamente algo anda muy mal. La velocidad parece estar en su ADN, así como en ciertas conductas que persisten aunque veamos a diario imágenes de vehículos convertidos en chatarra, con ocupantes fallecidos. Nada nos sacude. Debemos entender que, aunque no portemos una arma en la cintura, sí conducimos otra arma que mata, destruye, fractura familias y lastima a una sociedad ya herida de por sí. Esa arma es un vehículo. Aclaro: este serio problema no es exclusivo de Guayaquil. Afecta a la mayoría de las ciudades importantes del país.
Mario Vargas Ochoa