Ciudadana irrepetible

​Hasta pronto entrañable y recordada amiga, su vida servirá de ejemplo por siempre. Que Dios la tenga a su lado.

Escribo sobre un tema bastante ajeno a lo que siempre acostumbro hacer y que versa sobre algo muy profundo del ser humano, del verdadero valor del patrimonio espiritual incalculable que dejamos. Lo hago en memoria de la distinguida dama ecuatoriana Laurice Antón de Salem, quien nos precedió en el retorno a la eternidad el 12 de julio. Fue una mujer de principios inquebrantables, un ser excepcional; auténtica, amable y respetuosa. Transparente y clara en sus convicciones y ante todo revestida de un gran humanismo incondicional. Doña Laurice fue una honorable dama en toda la extensión de la palabra. Su legado y probada sensibilidad social quedarán plasmados como muestra palmaria de haber sido una persona consagrada a servir al prójimo. Sin mirar a quién. Sin caer en la extravagancia de parcelar los recursos que la vida puso en sus manos. Siempre fue solidaria con los más necesitados, amplia y justa. Ese es su signo. Será recordada con entrañable cariño por muchísimas familias ecuatorianas. Tuve el honor y gusto de conocerla y haberla tratado de cerca por muchos años: un privilegio de la vida. La familia fue su máximo orgullo y lo más importante en su vida. Con el Dr. Mauricio Salem Mendoza, esposo y cómplice de toda la vida, formó un hogar al que dedicó con desvelo y sacrificio todo su interés. Sus hijos Patricia, Mauricio y Xavier la colmaban, significaban todo para ella y vivía por ellos.

Hasta pronto entrañable y recordada amiga, su vida servirá de ejemplo por siempre. Que Dios la tenga a su lado.

Ec. Mario Vargas Ochoa