Cartas de lectores: Aquellos zapatos

Las pelotas son transitorias, pertenecen a uno y a todos

Viven aún en mí recuerdos de aquellos zapatos remordidos desgastados, roídos, ensanchadas sus formas, que por el tiempo de uso se moldearon hasta transformase en suaves, ligeros escarpines, prestos para el improvisado juego de ‘indoor’ fútbol de ese entonces. Utilizábamos como canchas las estrechas calles de antaño. Desde muy de mañanita la ría Guayas sopla al sol, alentándolo para que con un suave y brillante lamido de luz, salude, vivifique al Barrio del Club Sport Lecaro Jr., Barrio de la Victoria, calles Sucre, entre P. Moncayo y Av. Quito, sector sin parangón de Guayaquil por su hospitalidad. Quien lo trafica, lo conoce, lo vive; no lo abandona ni lo olvida jamás.

 Colocando dos piedritas, una frente a otra a manera de palos del arco, se colocaba el arquero o ‘golquiper’ a fin de evitar que la pelota cruce la línea de gol. Comprendido era que los goles eran validados únicamente cuando la pelota entraba rodadita. De calles como estas y de otras de Guayaquil saldrían las cabriolas, gambetas, el autopase con el borde externo del zapato, bajo la complacencia y complicidad de la vereda, con tenue toque perfilado con la magia de los pies y con ayuda de los viejos zapatos. El defensa quedaba pagando en ese autopase que embalaba hacia el arco para goles de antología barrial. Esos viejos zapatos los cuidamos mejor que los nuevos de fiesta o paseo. Para nosotros los del ‘indoor’ tenían valor y estábamos en lo justo. Eran nuestros compañeros de alegría, triunfos, tristezas y llantos. Los venerábamos.

Hoy pareciese que la magia de esas excepcionales experiencias quedaron en el olvido. Los niños de hoy practican con entrenadores en escuelas de fútbol, en el Play Station aprenden jugadas esquemáticas, digitalizadas, creyendo que todo es fácil de hacer. Las canchas de césped sintético en urbanizaciones cerradas les brindan inesperadas comodidades. Los zapatos pupillos y de pupos deben ser, como dice un amigo, “de marqueta” y alto costo, igual que los uniformes de los equipos europeos. Los cambios de vida deben ser para mejorar por desarrollo lógico, mas la globalización los arrastra hacia otros horizontes. Ojalá alguna vez, uno o varios de estos niños, ya en la adultez canten una oda a los viejos zapatos de fútbol, ya que es desde ahí que se genera el amor al fútbol, al ‘driblin’ y al gol. Las pelotas son transitorias, pertenecen a uno y a todos, pero los zapatos viejos del ‘indoor’ fútbol son partes marcadas del inolvidable recuerdo.

César Antonio Jijón Sánchez