Cartas de lectores | ‘Il violino’ y las golondrinas

A veces me place más el esfuerzo de la golondrina que lo académico del violín

Nada hay más desagradable al oído como lo es un instrumento desafinado. Pero peor es un instrumento que llena tus vacíos sin permiso, inoportuno.

Las notas desgarradas por un arco lastimero hieren el corazón. Van directo sin hacer escala por el cerebro. No es la interpretación sino la recepción.

Escucho cuando ya no debo escuchar. Me duele, como pinchazos de frenéticas agujas incrustándose en mi piel, y llegan hasta el tuétano.

¿Habrá un instrumento más sublime e hiriente a la vez? ¿Los angelitos lo tocarán en sus rondas diarias? Si es así, ya no quiero más querubines revoloteando a mi alrededor.

Prefiero el silencio y escuchar el chirrido de las golondrinas pretendiendo cantar. A veces son más honestas, porque su mensaje va lleno de bondad y no tiene el virtuosismo exagerado de un violinista.

A veces me place más el esfuerzo de la golondrina que lo académico del violín.

Roberto Montalván Morla