Cartas de lectores: Fausto (Ñaño)

Ñaño no solo era un nombre, era casi un título de nobleza o realeza

Aunque no era tu primer nombre, todos te llamaban así. Los que más te querían, familiares y muchos amigos (sobre todo amigas), te decían Faustito. Hasta de viejo. Tus hermanas y hermanos, incluido yo y algunos primos, te llamábamos ‘Ñaño’. Y hoy, 10 años después de tu escape al cielo, cuando en una conversación me refiero a ti no puedo dejar de decirte Ñaño. 

No sale de mi boca Fausto, no puedo. Se me bloquea la lengua. Si en alguna ocasión pude decirlo, sentí que te había faltado el respeto, porque Ñaño no solo era un nombre, era casi un título de nobleza o realeza. Tus hermanos éramos como tus súbditos, en el buen sentido de la palabra (si es que lo tiene). 

Querías que te viéramos como el hermano mayor guapo, brillante, perfecto. Una petición tuya era casi una orden a cumplir sin chistar. Muchas veces llegaste a exasperarme, a irritarme. Te pasabas de la raya, pero no podía revelarme. Era más fuerte el respeto y la admiración por ti. 

Con tu guitarra metiste la música en casa, desde muy joven. Y se quedó para siempre. En esto también fuiste mi inspiración. Si algo sé de piano y guitarra es por ti. Hoy cumplirías 73 años, pero tu corazón quiso dejar de latir. No voy a decir “feliz cumpleaños en el cielo”, “hoy hay fiesta en el cielo”, ni “el cielo está de fiesta”. ¡No!, ¿cómo puede estar el cielo de fiesta sí aún aquí en la tierra te seguimos extrañando, nos sigues haciendo falta en cada guitarreada, en cada Navidad y fin de año, en cada ‘cualquier cosa’? Solo y en silencio elevaré una oración por ti. ¡Grande, Ñaño!