
Loja digitaliza sus árboles y revela secretos de siglos con solo un clic
La plataforma Arbolado Urbano Loja conecta a la ciudadanía con su patrimonio natural mediante mapas y códigos QR
En las calles, plazas y parques de Loja, los árboles se han convertido en protagonistas silenciosos. Su presencia es tan cotidiana que muchas veces pasa desapercibida, pero su papel es esencial: capturan carbono, producen oxígeno, regulan la temperatura y llenan de vida los espacios públicos. Consciente de esta relevancia, un equipo académico liderado por el ingeniero forestal y doctor en manejo de recursos naturales Darwin Pucha Cofré desarrolló una plataforma digital que permite conocer, con un clic, la historia y el estado de salud del arbolado urbano.
La iniciativa nació tras detectar la ausencia de un registro integral que documente y valore a los árboles desde una perspectiva científica, social y comunitaria. “Históricamente ha habido estudios aislados, pero nunca un trabajo estructurado que articule la investigación con la necesidad urbana”, explica Pucha. Con esa visión, más de 50 personas —entre investigadores, técnicos, estudiantes e informáticos— trabajaron durante cinco años para convertir la idea en una herramienta útil y accesible para todos.
El resultado es la plataforma Arbolado Urbano Loja, que inventarió más de 5.700 árboles de la ciudad. A través de un mapa interactivo, cada ejemplar aparece georreferenciado y acompañado de una ficha técnica con más de 100 datos: especie, altura, edad estimada, estado de salud, carbono almacenado y oxígeno generado.
La experiencia no se limita al entorno digital. Muchos árboles llevan placas con códigos QR que cualquier persona puede escanear con su celular para acceder, en segundos, a la información detallada. “Queremos que la comunidad sepa quién es el árbol que tiene frente a su casa o en su parque, cuántos años tiene, qué enfermedades ha tenido y cómo contribuye al bienestar de la ciudad”, afirma el líder del proyecto.
María López, vecina del barrio San Sebastián, dice que esta herramienta ha cambiado su forma de ver la ciudad. “Antes pasaba por el parque y veía un árbol más. Ahora descubro que algunos tienen más de 80 años y han sobrevivido a sequías y podas. Es como conocer a un vecino de toda la vida”.

El levantamiento de datos fue un proceso altamente técnico. Para estimar la edad, se aplicaron métodos dendrocronológicos que analizan los anillos de crecimiento mediante muestras tomadas con instrumentos especializados. La salud de cada ejemplar se evaluó en campo y, en caso de detectar anomalías, se llevaron hojas y muestras al laboratorio para estudios microscópicos con el apoyo de la carrera de Agronomía. También se calculó con precisión la captura de carbono y la producción de oxígeno, utilizando parámetros como la densidad de la madera, el diámetro del tronco y la altura.
Uno de los mayores logros del proyecto es que la metodología es replicable. “Tenemos la tecnología, la experiencia y un sistema optimizado para levantar el inventario arbóreo de cualquier municipio en poco tiempo”, asegura Pucha. De hecho, ya se ha iniciado una colaboración con el municipio de Cuenca para implementar un registro similar.
Luis Castillo, comerciante lojano, considera que la iniciativa debe expandirse a otras ciudades. “Esto no es solo bonito, es útil. Saber qué árboles necesitan mantenimiento o reemplazo ayuda a las autoridades a planificar mejor y a cuidar el ambiente”.

El proyecto no se limita a la conservación, también busca involucrar a la comunidad. Desde el inicio, el equipo tuvo claro que la plataforma debía servir como un puente entre la ciencia y la ciudadanía, fomentando una cultura de respeto y cuidado por el entorno natural. “Conocer a los árboles por su nombre, saber su edad o cuánto oxígeno producen transforma nuestra relación con ellos. Dejan de ser parte del paisaje y se convierten en parte de nuestra historia y de nuestro futuro”, reflexiona Pucha.
En las escuelas, el proyecto ya empieza a tener impacto. Rosa Aguirre, docente de primaria, lo utiliza como recurso educativo. “Llevamos a los estudiantes al parque, escaneamos los códigos y ellos se emocionan al descubrir datos que luego usan en sus trabajos. Aprenden ciencia y, al mismo tiempo, desarrollan un sentido de pertenencia por su ciudad”.
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