Cartas de lectores | Delincuentes: los de arriba y los de abajo

Los criminales encuentran su clasificación en: los de arriba y los de abajo, los que califican como delincuentes y los que se hacen llamar políticos

La noticia de que Iván Espinel cumple su condena bajo la figura de arresto domiciliario (por problemas intestinales, psiquiátricos y cardiológicos) es solo la crónica de una liberación anunciada. Y devela una preocupación más grande aun. Vivimos en un país afectado por la inseguridad y esa problemática, naturalmente, genera efectos colaterales, como los que vemos hoy en niños que han sido tomados por bandas, generando en ellos la aspiración de replicar conductas delictivas y convertirse en criminales. Sin embargo, también convivimos en una sociedad donde los políticos replican conductas similares a los grupos mencionados anteriormente. Se sabe (o se debe saber) que los ‘delincuentes de cuello blanco’ roban, mienten y compran jueces. En consecuencia, esto (también) construye una generación de futuros aspirantes a políticos/representantes cuyo modelo referencial es el que ven hoy. Y esa dinámica reproduce aspiraciones negativas con respecto a quienes se proyectan a esos puestos o cargos.

Si preguntáramos a jóvenes por su opinión respecto a este tema nos encontraríamos con frases como: “pagar cárcel un par de años y luego disfrutar del dinero”, “solo te tomaría una firma” o “es la única forma de hacer las cosas aquí”. Al igual que sucede con la discusión de las clases sociales, el debate se centra entre aquellos que tienen y los que no. Los criminales encuentran su clasificación en: los de arriba y los de abajo, los que califican como delincuentes y los que se hacen llamar políticos. Y en estas comparaciones quedan los del medio, los que no son pero tampoco tienen. Ese grupo de gente que vive a la mitad, sosteniendo y aguantando todo lo que hace que se vuelva difícil vivir en un país donde los que más roban son los que más impunidad tienen. Estas similitudes cruzan la delgada línea gris de lo que ‘diferencia’ a uno de otros, hasta el punto de caer en justificaciones que los llevan a convertirse en figuras públicas (y políticas) reconocidas y admiradas. ¿Dónde está la diferencia?

Fabián Alarcón Savinovich