Cartas de lectores | Cumpleaños en el mes de Guayaquil
Hoy celebro con alegría y la certeza de que cada etapa puede vivirse mejor si está organizada con amor
Cada año, cuando llega julio, me acompañan muchas emociones. Cumplo 61 años y los recuerdos de tantos años celebrados se agolpan con cariño en mi memoria. Hoy vivo con gratitud haber llegado a esta etapa en paz, activa, con ilusiones y rodeada de amor. Recuerdo las celebraciones de mi infancia en casa de mis abuelos, en Salinas. Mi madre, con ayuda de mis tías, organizaba reuniones sencillas pero llenas de detalles. Vestidos con lazos, manteles planchados, dulces caseros, globos, música, juegos y mi familia y amigas me hacían sentir la niña más feliz del mundo. Aún recuerdo una anécdota de cuando cumplí diez: habían preparado suspiros y me enviaron a la panadería del barrio a hornearlos. No lo hacía con gusto; entonces una ráfaga levantó el papel y terminé con la cara llena de dulces, decorada para la fiesta. A los 15 decidí no hacer fiesta y preferí un viaje. En la universidad celebraba con amigas; durante los años laborales, siempre hubo quien me acompañara con cariño. Ya en casa, mis hijos sabían cuánto me gustaban los mariachis y me sorprendieron más de una vez con serenatas. Celebré mis 50 con alfombra roja, vestido largo, rodeada de familia y amigos, con música, flores, mariachis y bailes inolvidables. En años recientes, mis hijos tomaron distintos rumbos y no siempre están presentes, pero su amor llega de otras formas: desayunos, flores, tortas, regalos y ahora también los saludos de mis nietos. Mi madre, con su amor, sigue organizando sorpresas llenas de detalles. Yo, feliz, agradecida y celebrando la vida. ¿Por qué comparto esto? Porque organizar una fiesta, una sorpresa o un regalo es una forma de decir te quiero, te valoro. Y lo que más recordamos no es cuánto costó el pastel, sino el cariño en cada detalle. Hoy celebro con alegría y la certeza de que cada etapa puede vivirse mejor si está organizada con amor. Lo valioso no está en lo grandioso de una fiesta, sino en el cuidado con que se prepara una sorpresa, en los detalles pensados con amor y en quienes hacen lo posible por estar, incluso a la distancia. Celebrar la vida, rodearse de afecto y guardar esos momentos en el corazón es un regalo sin fecha de vencimiento.
Teresita Sandoval