Cartas de lectores | Se cumplieron 195 años de la muerte de Simón Bolívar

El Libertador murió el 17 de diciembre de 1830 a la una de la tarde, con semblante sereno.

Les comparto una historia que publiqué hace algún tiempo en relación con este suceso.

A mediados de julio de 1824 llegó a Santa Marta (Colombia) el Dr. Alejandro Próspero Reverend, joven médico francés decidido a ejercer su profesión.

Pocos meses después fue nombrado Médico de la Ciudad por el Ayuntamiento.

El 1 de diciembre de 1830, el general Mariano Montilla pidió al Dr. Reverend que visitara a un enfermo en una hacienda cercana. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba del general Simón Bolívar, llegado días antes a Santa Marta, rumbo al exilio. Así, el nombre de Reverend quedó ligado para siempre a la gloria del Libertador.

Desde el primer examen, Reverend comprendió la gravedad del estado de Bolívar y su fatal desenlace, diagnóstico que prudentemente no le comunicó.

Expulsado por sus propios compatriotas, la ambición y la ingratitud de sus enemigos habían agravado su salud. Una tisis galopante consumía su cuerpo y, con apenas 47 años, tenía aspecto de anciano.

Reverend acudía a diario a la Quinta San Pedro Alejandrino, donde Bolívar halló asilo gracias a Joaquín de Mier.

Durante ese tiempo, el médico escribió 33 boletines sobre la enfermedad del Libertador, hoy valiosos documentos históricos. También dejó relatos de hechos ocurridos en la Quinta, entre ellos estos diálogos:

—¿Y Ud. qué vino a buscar a estas tierras?

—La libertad.

—Usted es más afortunado que yo, pues aún no la he encontrado.

En otra ocasión, al leer periódicos franceses, Bolívar comentó su deseo de viajar a Francia junto al médico, si lograba recuperarse, para hallar la tranquilidad que su espíritu necesitaba.

El Libertador murió el 17 de diciembre de 1830 a la una de la tarde, con semblante sereno.

Al amortajarlo se descubrió que no tenía una camisa de repuesto. El General José Laurencio Silva entregó la suya para cubrir el cuerpo del héroe.

Sus amigos no pudieron contener las lágrimas ante tanta miseria y tanta grandeza juntas.

Ricardo Vaca Andrade