Cartas de lectores | No despierten a Cabriñana todavía

Celebramos vivir en un Estado de derecho. Por eso hemos elegido tribunales, no pólvora

La modernidad nos ha traído algoritmos, inteligencia artificial, relojes que cuentan nuestros pasos, cobardes taimados que vulneran honras en las redes sociales y tribunales que regatean -con meticulosa precisión- cuánto vale el honor herido.

Hubo un tiempo en que las ofensas se pagaban caro, eran tiempos cuando un nombre limpio era patrimonio y no variable contable. El marqués de Cabriñana, por ejemplo, no aceptaba que una infamia se reparara con monedas. Su código -hoy impensable, que quede clarísimo- exigía consecuencias tan solemnes como definitivas.

Afortunadamente, vivimos en una era civilizada. Ya no se desenfundan pistolas al amanecer ni se cruzan sables en plazas públicas. Ahora se presentan demandas, se confía en las instituciones y se espera que el derecho haga lo que en otro tiempo hacía el acero: restituir la dignidad.

El honor, insistimos, no tiene precio, pero sí tiene valor. Y cuando este se trata como algo menor, se envía un mensaje peligroso: que la mentira sale barata, que los cobardes pueden seguir escondidos tras las sombras, que la infamia es estrategia y que el daño moral es una anécdota, no una herida.

No pedimos el regreso de duelos en madrugadas frías. Pero quizás sí podríamos resucitar al marqués de Cabriñana en espíritu, solo para recordarnos que hubo una época en la que el honor era sagrado. Y que, en pleno siglo XXI, defenderlo con firmeza no es nostalgia: es responsabilidad.

Celebramos vivir en un Estado de derecho. Por eso hemos elegido tribunales, no pólvora.

En este caso, la demanda está presentada. Ahora solo queda esperar. Y mientras esperamos, conviene recordar algo básico que aguardamos no se pierda entre audiencias que se difieren y fiscales de bolsillo, que la dignidad y la honra no admiten rebajas y que la verdad no es negociable en cuotas.

Mientras tanto, si alguien ve al marqués, díganle que esté listo. No para sacar pistolas, sino para recordarle a la era digital que la reputación vale más que cualquier sentencia mínima, que la honra no se negocia… y que hay tiempos en los que la ironía es lo más cercano a un duelo que nos permiten las normas civilizadas.

Esteban García P.