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Patines de plata
Patines de plata.Cortesía

Patines de plata: "Como vivir la Navidad en julio".

La película rusa se encuentra disponible en Netflix. Jorge Suárez presenta su crítica cinematográfica de la semana

Esta es la película que marca el debut (como director) de Michael Lockshin, quien -usualmente- dirigía cortometrajes, comerciales y que hace de una historia romántica una recopilación de géneros literarios y cinematográficos que evocan a Charles Dickens, a Romeo y Julieta, donde mezcla hábilmente la denuncia social con el naciente marxismo en una Rusia en la que el zar era poco menos que un dios y por lo tanto su corte. Pero lo que ata al espectador es la magnificencia con que ha sido realizada: todo es lujo y esplendor. 

Los colores brillan por doquier y muestra una iluminación tan certera, muchas veces apoyadas en el resplandor de cirios, que algunas imágenes se convierten en pinturas de Rembrandt. El vestuario es elocuente: riqueza en la corte, pobreza en el pueblo. Tonos brillantes en las damas, tonos grises azulados en el proletariado.

Pero no solo está allí la perfección; también están en las secuencias del Festival de Hielo, en la Fiesta de Año Nuevo (donde se despliegan trajes folclóricos) y es tal la riqueza de su fotografía que prácticamente… deslumbra.

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Las actuaciones no son descollantes, todas son parejas sin llegar a la perfección; pero es el ambiente, la trama, el mostrar el nacimiento de lo que sería la Revolución Rusa y esa juventud que rechazaba el dominio del zar. El argumento no es tratado con profundidad, pero se ve claramente el abuso de las clases privilegiadas y la vida llena de pobreza que sufría el ciudadano común y es quizás por ello que Patines de plata termina agradando al público que tenga Netflix.

Especial atención dedica el libreto a la emancipación femenina, de esta princesa que quiere ser química, profesora y que en su vibrante juventud no tiene inconveniente alguno en ejecutar actitudes que van contra lo establecido; en otras palabras: una muchacha revolucionaria. Por ello sobrecoge (para quienes han leído la historia rusa) el momento en que uno de los personajes, viendo el gigantesco letrero que señala el próximo año, (1900) exclama: ‘El siglo XX será aún más emocionante”. Pero ese es el siglo que terminará con los privilegios excesivos y, al igual que en Titanic, nadie sabrá lo que generará el viaje por la vida.

Patines de plata es un espectáculo visual, lleno de aventuras, ostentación, drama y escenario multicolor. Además, tiene la exuberancia del cine musical a través de melodías populares (Cuento de los bosques de Viena, de Strauss) y ejecuciones de obras compuestas por Bach, Haydn, Wagner, RimskI-Kórsakov; y El cascanueces de Tchaikovsky. Véala… es como vivir la Navidad en julio.

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El argumento

San Petersburgo, Rusia. Navidad de 1899 y albores del siglo XX. En aquella ciudad vive Matvey (Fedor Fedotov), joven de 18 años que trabaja cual mandadero en una popular dulcería. Es considerado el mejor repartidor debido a la habilidad que tiene para acelerar su trabajo en un invierno que ha congelado al río y cubierto de nieve a la ciudad. Para ello usa patines que le permiten deslizarse en el hielo con rapidez.

No obstante, un día es despedido y accidentalmente se engancha a una banda de carteristas que le enseñan a robar. Una noche, en un intento de vandalismo, conoce a Alisa (Sofya Priss), bella aristócrata hija de un ministro millonario que figura en el buró político del zar y que está rodeado de burócratas pillos, a los cuales debe controlar.

En años en que la mujer solo era considerada como rectora del hogar, Alisa vive interesada en una carrera de química profesional. Ese encuentro y el profundo amor que se deparan formarán la trama de este largometraje ruso.