Madres jóvenes
Situación. Hay mamás jóvenes que buscan culminar formación académica, pero muchas no tienen esa opción.Christian Vinueza

Volver a estudiar siendo madre joven

De Guayaquil es el 13,17 %. Retomar los estudios resulta complicado en varios casos y en otros es simplemente imposible

La maternidad durante la adolescencia es una problemática que ha aterrizado con mayor fuerza en países subdesarrollados, y Ecuador no se escapa del mismo. Aunque el panorama nacional y de Guayaquil se muestra más alentador que en 2017, el viacrucis para quienes pretenden continuar sus estudios está latente.

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Según datos del INEC, a nivel nacional en 2017 un total de 56.788 menores fueron madres, y en 2021 fueron 40.210. En Guayaquil, en 2017, la cifra fue de 7.790 y el año anterior, 5.299. En ambos periodos, lo confirman los testimonios de esas madres, culminar el bachillerato ha sido más que imposible; puesto a que al reto de graduarse se sumaba el hecho de cuidar a sus niños y, a la vez, trabajar para alimentarlos.

“Era tan complicado que ni llorar a veces ya podías. Estaba demasiado cansada, tenía que dejar algo. No podía dejar de trabajar ni tampoco dejar de cuidar a mi bebé, así que abandonar las aulas fue mi única opción”, comenta Sammy Carrillo, quien recién ahora que su pequeño tiene cuatro años ha decidido terminar el bachillerato en una escuela nocturna. Tiene 20 años.

Quiero volver a estudiar, pero no hay nadie que pueda cuidar a mis hijos. Todos trabajan y no hay dinero suficiente para contratar a una niñera.

Pamela, madre adolescente

EXPRESO le consultó a Educación sobre los programas que tiene para evitar precisamente la deserción escolar en estos casos. El ministerio aseguró que si bien su objetivo central es ofrecer campañas de prevención de embarazo, un tema que para los alumnos es ineficiente (como ha publicado antes este Diario), a las alumnas en estado de gestación o que ya son mamás les ofrecen acoplamientos curriculares de acuerdo con sus necesidades, a más de acompañamiento socioemocional durante el proceso.

Pese a ello, el panorama no siempre resulta ser un modelo exitoso de reinserción, puesto que hay jóvenes como Rocío y Maryori, de 22 y 17 años de edad respectivamente, que describen el proceso como subir una pendiente a cuestas y con tantos obstáculos, que la idea de tirar la toalla es siempre una constante.

Rocío asistió a un colegio público y Maryori está cursando su último año.

“Yo tuve a mi hijo a mediados de 2020, cuando la pandemia nos obligó a encerrarnos, y de cierto modo eso me ha facilitado conectarme a las clases (virtuales). Aunque el papá del niño no ayuda en nada, tengo el apoyo de mis padres para mantenerlo”, relata Maryori,

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Pero esa situación no se ha podido mantener este 2022, debido a que las clases fueron otra vez presenciales. “Mis notas han bajado de forma drástica, tengo miedo de reprobar o que mi situación me obligue a abandonar. Los profesores me ayudan en lo que pueden, pero a veces parece que no me comprenden del todo. Creen que puedo balancear mis estudios con cuidar de mi hijo, pero es tan complejo todo”, reconoció.

Ahora Maryori siente como si dos caballos la estuvieran jalando en direcciones opuestas y debe escoger entre cuidar del menor o culminar su bachillerato.

Rocío, por su parte, abandonó el colegio para cuidar de su primer hijo. Hoy es madre ya de tres menores, por lo que ve cada vez más lejano graduarse.

“Tuve un hijo, salí porque fui ingenua y pensé que ya tenía a mi príncipe azul conmigo y que con eso sería suficiente, por lo que luego tuve otro bebé; pero ese ‘príncipe’ se fue y ahora me he quedado sola. No tengo título universitario. Solo vivo con mis padres, que me han ayudado con los gastos”, dijo con tristeza.

“Por varios años fui otra irresponsable, creyendo que la vida me debía algo. Les dejé a mis padres toda la responsabilidad de criar a mis hijos, mientras yo desaparecía por semanas a ‘divertirme’. Sin embargo, esa diversión solo me llevó a lugares malos”, reconoció Rocío, a quien se le dificulta incluso hallar un trabajo por no tener ni siquiera el título de bachiller.

En la otra cara de la moneda, están casos como el de Michelle Cantos y Camila Pincay, de 22 y 23 años, quienes han logrado su meta.

Cantos se embarazó en el último año previo a graduarse; mientras que Pincay, en sus primeros años de universidad. Ambas comparten la dificultad de obtener un empleo por el tiempo que dedican a sus niños. Cantos, de hecho, ha sido rechazada porque su prioridad es la familia.

“Si algo le pasa a su hijo y se encuentra trabajando, ¿seguiría en su puesto o lo abandonaría para atender a su infante? Eso me han preguntado en la entrevista de trabajo al saber que soy mamá. Les he dicho sin dudar con un ‘iría por él’, y es ahí cuando a quienes están entrevistándome les cambia la cara. Nunca me vuelven a llamar. Las empresas también te cierran las puertas. No tenemos oportunidad. Es triste porque queremos laborar, superarnos y ser parte de la economía de este país”, señaló Cantos.

Pincay, ante tales trabas, se ha lanzado a tener un emprendimiento. Vende maquillaje.

Ambas ingresaron a la universidad y se mantienen en la modalidad en línea, que es la que se ajusta a su realidad.

Frente a este desalentador panorama (que a decir de la psicóloga clínica Susan González se revertirá cambiando la realidad desde raíz), urge que los planteles den clases de educación sexual y una orientación real. “La educación sexual sigue siendo vista como un tabú. La mayoría sigue pensando que hablar del tema incita a la reproducción, cuando es todo lo contrario”, defendió.

Explica que una vez llegados a cierta edad, los chicos tendrán su despertar sexual, y la responsabilidad del adulto será guiarlo, no para que satanice el sexo, sino para que sepa cuáles son las protecciones y cuidados requeridos para proteger su salud física y mental. Y también su provenir.