
El “Se vende” aumenta, ¿adiós a barrios patrimoniales de Guayaquil?
En los barrios Orellana y del Salado, hay edificaciones con estos carteles. Los ciudadanos llaman a preservar el legado
En los emblemáticos barrios de Guayaquil, como Urdesa, Orellana, del Salado y Centenario, los sellos de “Se vende” o “Alquilo” adornan las fachadas de inmuebles históricos, despertando inquietudes sobre el futuro del patrimonio arquitectónico de la ciudad. En barrios cargados de historia, estas edificaciones, algunas antiguas y con una arquitectura que solo persiste en fotografías de antaño, enfrentan el desafío de mantenerse relevantes y útiles en la modernidad.
Carlos Rodríguez, un residente del barrio Orellana y quien mantiene anualmente la tradición de reunir a sus vecinos durante las fiestas de Guayaquil, resume que las familias emigran a otras zonas cuando perciben inseguridad, un problema con el que convive el vecindario.
“Tenemos una UPC en Esmeraldas y Los Ríos y está cerrada desde que les rompieron los vidrios de la puerta y la utilizan como dormitorio... El parque, al final de la calle Luis Vernaza, se ha convertido en dormitorio y fumadero”, comenta, al señalar que a lo largo de esa vía se lucen, en su gran mayoría, las edificaciones con dichos sellos.
EXPRESO recorrió el barrio y registró que en la intersección de Los Ríos y Esmeraldas hay dos inmuebles con el cartel “Se Vende”, mientras que en otros cercanos se lee “Se Alquilan Suites”. Esto último representaría la oferta para universitarios, pues está cerca la Universidad de Guayaquil.

En Avenida del Ejército y Vicente Solano, esquina, figura la placa que revela el paso de la regeneración urbana en el lugar. Aquella estructura guarda la imagen de una casona de tono pastel, mientras que en la siguiente cuadra, al frente, se observa otro inmueble con igual mensaje: se vende.
A escasos metros, en Tulcán y Alejo Lascano, esquina, y a través de planchas de zinc, se estampa la frase “Se Vende”, y en Luis Urdaneta, entre Mascote y Del Ejército, sobresale una tradicional villa, en la que tiene su nombre en la fachada, que también está en venta.
Para Gustavo Rivadeneira, presidente fundador del Comité de Moradores del Barrio del Salado, sentencia que al menos siete viviendas han sido invadidas y que recién, en los últimos años, la ciudad y el país recién está “asimilando” el concepto de arquitectura patrimonial. “No tenemos apego a la arquitectura patrimonio. No lo cuidamos y las generaciones venideras son las que deben responder, pero estamos a tiempo; lo importante es que se lo haga”, cuenta.
Rivadeneira da su análisis. Ha notado que los más jóvenes, en los últimos años, buscan sectores residenciales “de moda” o lugares donde viven sus amigos, como son las ciudadelas de Samborondón o las de vía a la costa, pero confiesa que todavía hay motores que avivan la lucha por mantener los patrimonios.
Cita que en su vecindario hay un listado de propiedades que fueron inventariadas por el Ministerio de Cultura y que estas no podrán ser demolidas aunque las compren. “Pero las que no están hay que proteger”, afirma.
En este sector hay viviendas como la de José Mascote y 9 de Octubre que ya colgaron el cartel de venta o alquiler.
Barrios tradicionales dejan de ser de carácter residencial
Bajo la mirada de Javier Castillo, arquitecto e integrante de la fundación Bienvenido Guayaquil, esta situación lleva arrastrando décadas en diferentes sectores de la urbe y, recalca, los barrios tradicionales van dejando de ser de carácter residencial para pasar a tener un carácter o uso mixto (comercial-residencial).
Subraya que la escasez de normativas que regulen el crecimiento del comercio fuera de límites tolerables, así como la nula política en cuanto a temas de conservación de lo patrimonial, da como resultado que barrios tradicionales muten a un escenario que se torna invivible. “Entonces el lugareño, el nativo del barrio, opta por huir a zonas más tranquilas que le brinden lo que su barrio alguna vez le daba. Pero, ante la nula reglamentación, los barrios se vuelven campos plácidos donde llegan langostas migratorias (gente que no creció o nació en el barrio) a destruirlo (porque como es un forastero, poco le importa la relación con los nativos del barrio)”, puntualiza.
Castillo precisa que uno de los resultados de esta situación es que los barrios podrían degradarse. Cita los casos del centro, Urdesa, Centenario, Alboradas, Bolivariana, Kennedy, entre otros, que se “caotizaron” por un uso mixto desmedido y sin control y donde sus calles se volvieron corredores comerciales para gentes de paso, pero un calvario para los nativos.
“¿El escenario a futuro? Lamentable, mientras no haya realmente normativas que apunten a la protección de los barrios y a que no pierdan su carácter de residencial. El centro es el mejor ejemplo”, añade el también investigador histórico al hacer hincapié en que las autoridades deberían dejar de crear listados de “patrimonios” en los que “no se acomete nada”. Y da sus argumentos: “Hacer listas de inmuebles patrimoniales y declaratorias en escritorios no sirve de nada, se necesita puesta en acción, frenar destrucción y ética suficiente para hacer prevalecer lo patrimonial por encima del billete”.

Este diario quiso conocer si el Municipio, liderado por Aquiles Álvarez, tiene un listado de cuántas viviendas patrimoniales tiene Guayaquil, pero hasta el cierre de este artículo no hubo respuesta para esta pregunta, así como la de qué ocurre si una de estas es puesta en venta y se pretende construir una nueva edificación o la de cuál es la intervención que la entidad ejecuta en torno a una casa considerada patrimonial. La contestación está pendiente.
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