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Estero. Gustavo Arce y Clemente Barco recuerdan la vida al pie del Salado cuando su agua no estaba contaminada.Alex Lima

El Guayaquil que olía a almendra y ciruela

Adultos mayores de entre 63 y 80 años de edad cuentan cuando la urbe estaba llena de árboles y en Urdesa cogían cangrejo en un estero limpio

Una ciudad llena de árboles frutales que presume sus aromas y un estero tan cristalino que permite ver el fondo del Salado, eso era Guayaquil el siglo pasado.

Nueve ciudadanos entrevistados por Diario EXPRESO, que tienen entre 63 y 80 años, relatan el Guayaquil de sus recuerdos en el marco de la fundación de la ciudad. Su mente se traslada del año 2021 a la década de los 60 para este ejercicio de nostalgia.

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Uno de ellos es Roberto Martínez, tiene 71 años y dice que tenía 10 cuando Guayaquil olía a almendra y el estero estaba lleno de vida y no tenía el olor a podrido que se percibe ahora.

En ese entonces vivía en el norte de la urbe. Con picardía cuenta que las travesuras de aquella época consistían en ir con los amigos a atrapar cangrejos y jaibas, y a pescar camarones en el Salado, que cruzaba la Urdesa recién nacida de otrora.

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Centro. Manuel Prieto camina por la avenida 9 de Octubre usando tecnología.Alex Lima

“Esa característica de la ciudad, donde había muchos árboles de almendra, se mantuvo en la década de los 70, por eso, cuando me casé (1976), salía con dos amigos a recoger ese fruto. Un día recogimos un saco para ponerlas en el pastel que hizo mi cuñada. Ella hacía las tortas en un horno de leña. En ese entonces muy pocas personas tenían cocinas con gas. La mayoría tenía un fogón, y por eso por las calles de la ciudad circulaban las carretillas con un burro que vendían carbón”, cuenta Martínez.

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Lamenta que sus nietos no pudieron conocer el cerro lleno de árboles, donde había tigrillos, venados y muchos pájaros. “Eso quedaba donde ahora es Lomas de Urdesa”, enfatiza.

Al recordar el estero suelta una carcajada, porque allí iba con sus amigos de colegio. “Alquilábamos un bote para remar por una hora, eso costaba un sucre y jugábamos a hacer virar el bote de otros amigos”.

Los jóvenes de ahora no saben lo que es nadar y pescar en un estero libre de contaminación; pero si nos proponemos, podemos recuperar este pulmón para la ciudad.

Luis Encalada

ciudadano

“En ese entonces el estero era un espejo, uno se podía ver en él”, dice César Portés, de 67 años. Recuerda que en ese estero aprendió a nadar junto a sus 5 hermanos. Él y uno de ellos, Francisco, llegaron a ser deportistas. “Tenía unos 12 años cuando gané un campeonato de posta de 100 por 4 estilo libre. Pero mi hermano fue quien se especializó, él fue uno de los fundadores del triatlón en Guayaquil (natación, ciclismo y atletismo). Todo esto, porque vivíamos en la Ferroviaria y nos encantaba ir a nadar al estero”, señala Portés.

Tala. Muchos vecinos tenían mango y otros árboles, que fueron tristemente talados al llegar la obra. El Municipio no se refiere a ese tema, pero asegura que sembrará 400.

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Para Portés, esta parte de Guayaquil olía a ciruela y mango. “Había muchos árboles en San Pedro, allí nos íbamos a coger esos frutos”, indica.

Tanto Martínez como Portés lamentan que sus nietos no conocieron la belleza del estero. “Mis hijos y nietos aprendieron a nadar en una piscina, nosotros en el estero”, recalca. Para ellos es inevitable notar el desorden con que creció la ciudad y toda la naturaleza que se ha perdido.

Es una perspectiva que también tienen Gustavo Arce, de 63 años, y Clemente Barco, de 66. Ellos trabajaron en el estero. En ese entonces las embarcaciones de las camaroneras llegaban hasta las orillas del barrio Garay. Lamentablemente se regaba el diésel. Eso y la basura que se botaba a las orillas contaminaron el estero, cuentan. Para ellos en esa época las calles Clemente Ballén y Víctor Hugo Briones olían a mariscos frescos y a prosperidad.

En efecto, la fragancia de la ciudad dependía de en qué sector se estaba, porque la calle Panamá (por la actividad de secado que se realizaba allí) olía a cacao, dice Luis Cabrera.

Además de extrañar esos aromas y la naturaleza, Manuel Prieto, de 65 años, anhela volver a tener la seguridad que había.

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habitantes
tuvo Guayaquil en 1962, según el INEC. En 2020 se estimó que había 2’723.665 personas en la ciudad.

“Al pie de la casa se dejaba la botella de vidrio de leche y el periódico y nadie se los llevaba. No vivíamos enrejados, como hay que estar ahora. Uno al atardecer y después de llegar del trabajo sacaba una silla para conversar con los vecinos, mientras los niños jugaban al trompo o con las bolillas”, recuerda Cabrera.

No era como ahora, que en cada esquina se ven delincuentes, borrachos y consumidores de drogas, recalca Arce. Sin duda cada época tiene su encanto, concuerdan. La modernidad trajo el internet y transportes nuevos.

Ahora vemos cosas que solo estaban en la serie de ‘Los Supersónicos’, una serie animada que se empezó a transmitir desde 1962 y contaba cómo sería la vida en el 2062; todavía no se llega a ese año y ya tenemos robots, como Robotina, que hacen tareas del hogar. Es una tecnología que también hay en Guayaquil y eso es bueno”, manifiesta Martínez.

Aprecian que la nueva generación esté pendiente de proteger la naturaleza, como el bosque de Samanes 1 y de Palo Santo. En esto realizan una pausa y hacen un mea culpa, y se preguntan si a ellos les faltó organizarse para defender los árboles, los cerros, el estero y el manglar de la década de los sesenta.

Dado que no quieren que se pierdan los pocos árboles que hay todavía en la ciudad, piden a las autoridades que pongan más énfasis en la protección del medio ambiente.

A la vez solicitan que exista una verdadera ciclovía que permita a sus nietos hacer ejercicios, más canchas en cada barrio y más seguridad para disfrutar de la ciudad que aún tiene mucho por dar.

ENTREVISTA A LA SRA M (33481512)
Marlene Goya dice que cuando llegó a Guayaquil, el siglo pasado, no existía La Atarazana, allí había una hacienda.JIMMY NEGRETE

De la tercena del barrio al supermercado de carne

Guayaquil es una casa grande que ha acogido a personas de otras provincias, otros países y otros cantones. Una de ellas es Marlene Goya, quien ahora tiene 74 años. Recuerda que, al arribar a la ciudad, desde el cantón Palestina, llegó primero al centro y luego se cambió a la cooperativa 24 de Mayo, por donde ahora es La Atarazana. Ese lugar en el siglo pasado era la hacienda El Carmen, el camino no era pavimentado.

Ella recuerda el mercado del Sur, donde ahora está el Palacio de Cristal. En esa época no existía el mercado de mayoristas Montebello, por lo tanto, el alimento llegaba directamente a cada plaza desde las haciendas. Aprecia el cambio que han dado los mercados de la urbe, ahora hay orden y limpieza. En el mercado del Sur se veía la comida amontonada en la acera. La carne no estaba refrigerada como ahora, se exponía en unos ganchos y esto se veía hasta en las tercenas del barrio. Ahora esto ha cambiado para bien, porque la tercena del barrio dio lugar a los frigoríficos o supermercados de carne.

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Sur. Antonio Betty muestra el lugar donde estaba la hacienda Guasmo.JIMMY NEGRETE

Antonio Betty tiene 80 años, está en la sala de su casa y dice que en los 60 ni siquiera existía su barrio tal como está ahora, el Guasmo era una hacienda en ese entonces.

Betty laboró como chofer de transporte urbano de la ciudad (13), en ese entonces la avenida 25 de Julio contaba con dos carriles. Comenta que la inseguridad en sus tiempos era escasa, se podía trabajar y andar tranquilos por las calles. También recuerda que era un niño cuando dejó de circular el Tranvía (1950), que iba del hipódromo sur al centro. En ese tiempo se usaban más las lanchas o barcos de vapores para cruzar el río Guayas. Betty rememora la vez que tuvo que viajar en un barco a vapor para ir a la provincia de El Oro.

Considera que el transporte actual, como la Metrovía se debe ampliar, sin que las cooperativas de buses desaparezcan, pues es el transporte público entra a lugares a donde no van ni los alimentadores. Considera que el transporte en Guayaquil necesita un cambio integral, critica el proyecto Aerovía, pues señala que no ha cumplido con el propósito con el que se lo construyó.