Abelardo García Calderón | Educar también es seguridad

Lo que trabajemos en las aulas hoy rendirá frutos, sí, pero para cuando el alumno haya culminado su formación
Sin duda, una de las palabras más mencionadas por los ecuatorianos en estos tiempos es ‘seguridad’, pues los seres humanos generalmente anhelamos lo que no tenemos, sin mencionar que no es grato vivir entre el miedo y la incertidumbre.
Los análisis, las observaciones, las estrategias y los operativos son múltiples; desde trabajos de inteligencia, logística y lucha hasta capturas no cesan, y sin embargo, parecería que nada es suficiente. Y es que, a la seguridad se llega desde distintos caminos y modos.
En efecto, hay la urgencia de corregir para hoy y para el largo plazo, para que lo conseguido se sostenga en el tiempo y sea norma de vida.
Mucho se dice de que la educación tiene que ver en el asunto, y así es, pero para quienes piensan que solo desde las aulas puede venir la única solución, es bueno recordarles que lo educativo es un proceso, que lejos está de la inmediatez y que obviamente se extiende a lo largo del desarrollo intelectual, ético y solidario del niño y del joven que aprende. Por tanto, no basta como único medio, más allá de que se requiere de grandes inversiones en calidad educativa, como el hecho de valorar realmente a la educación.
Lo que trabajemos en las aulas hoy, rendirá frutos, sí, pero para cuando el alumno haya culminado su formación.
Para conseguir seguridad debemos urgentemente trabajar con padres y ciudadanos, pues los ambientes de paz y tranquilidad se generan desde lo más pequeño, desde la familia, desde el vecindario; y se nutren y fortalecen con el ejemplo que cada quien pueda dar. Buena parte de las actitudes sociales de los menores se repiten por imitación, por tomar de papá o mamá, del tío o del vecino algún comportamiento o forma de reaccionar.
No es fácil cambiar al niño sin que nada cambie a su alrededor, por ello debemos recurrir a la disuasión, a la corrección, y obviamente, a la rápida sanción para el adulto que delinque y se constituye en mal ejemplo o en paradigma a alcanzar.
El proceso causa-efecto debe quedar siempre claro para el ciudadano de hoy y para el que formamos para mañana, así como el concepto de autoridad.