
En las iglesias de Guayaquil falta comunión entre música y liturgia
Pese a los esfuerzos de llevar conciertos sinfónicos a los templos religiosos, no logra sintonizar con feligreses
A diferencia de lo que ocurre en muchas ciudades del mundo, donde las iglesias funcionan también como escenarios vivos de conciertos de música clásica, en Guayaquil estas expresiones artísticas son escasas.
Aunque existen agrupaciones corales y sinfónicas con repertorios apropiados, las parroquias pocas veces abren sus puertas para estas manifestaciones que durante siglos han sido parte del patrimonio espiritual de la Iglesia.
¿A qué se debe esta carencia?
Carlos Murgueitio Roa, compositor académico, asegura que no existe un vínculo activo entre las iglesias locales y la música sacra. Según él, el repertorio actual dentro de la misa está lejos de ser reverente y espiritual.

Esta situación se remonta a décadas atrás, cuando las misas se ofrecían en latín o se practicaban cantos gregorianos.
“Antes, las liturgias en Guayaquil, o sea, las celebraciones de la misa, eran en latín. Y eso también conllevaba un cierto nivel de instrucción musical por parte de las personas responsables de la música.
¿En qué sentido? En que ellos eran quienes iban, en conjunto con el sacerdote, haciendo ciertos responsorios a través de la música. Y eso también involucraba una organología o una instrumentación muy particular”, dice.
Lo que preocupa a Murgueitio es que los músicos preparados para interpretar este tipo de repertorio no encuentran espacios adecuados en el circuito eclesial.
Aquello contrasta con otras ciudades de tradición católica donde, además de los cultos regulares, los templos ofrecen conciertos gratuitos o de acceso libre como parte de su misión cultural y evangelizadora.
Murgueitio tuvo la oportunidad de realizar un proyecto eclesial con arreglos propios de música sacra, presentados durante las misas en el sur de Guayaquil. En algunas ocasiones, era acompañado por una soprano estadounidense.
“En ese caso, yo tuve la oportunidad de hacerlo porque hubo esa apertura por parte del párroco. Creo que fue algo muy importante ese vínculo entre, digamos, la parte religiosa sacerdotal -representada en el párroco- y yo como laico”, expresa.
Falta de iniciativa de las parroquias
Miguel Falconí, artista y consultor, confirma que los conciertos sacros en Guayaquil sí ocurren, pero no bajo iniciativa directa de la Iglesia. “Sé que acá sí lo hacen, pero no es que lo haga la Iglesia propiamente, sino entidades como la Casa de la Cultura, la Filarmónica de Guayaquil o la Sinfónica de Guayaquil, que ofrecen conciertos de música sagrada en iglesias”, dice.
Uno de los pocos ejemplos recientes ocurrió durante la Cuaresma en la iglesia del Sagrado Corazón, donde se interpretó el Stabat Mater de Pergolesi.
“Eso fue un evento precioso de 45 minutos en el que tocaron en esa iglesia”, recuerda Falconí. Pero eventos como ese siguen siendo excepcionales.
Falconí rememora una tradición que ha ido perdiéndose: “Yo recuerdo que, desde el año 2003, las sinfónicas tenían la costumbre en Navidad de hacer un recorrido por todas las iglesias, interpretando música sacra, digamos, propia de la época. Yo nunca he conocido que toquen música profana; pero claro, la música sinfónica no es, digamos, propiamente litúrgica”.
La situación contrasta con experiencias internacionales. En Londres, por ejemplo, Falconí vivió una misa semanal marcada por la excelencia musical.

“Había un coro de aproximadamente catorce o quince personas; era un coro polifónico de música sacra. Ellos se dedican a estudiar la música sacra polifónica a cappella y todos los jueves cantan en una iglesia, en una misa cantada, por ejemplo. Y es la misa más hermosa en la que he estado en mi vida”, narra.
La diferencia no solo está en la frecuencia de estos encuentros, sino en su integración en la vida litúrgica. “Yo creería que, más que necesitar más de estos eventos -porque el problema es que son muy poco concurridos-, lo importante es que se integren en la vida litúrgica de la Iglesia”, plantea Falconí. Para él, esa sería una vía para fomentar tanto el arte como la fe.

Falconí agrega que se ha descuidado una infraestructura vital para este tipo de expresiones: los órganos tradicionales. “Acá en Guayaquil, desde el cambio litúrgico de los años setenta, se dejaron completamente descuidados los órganos tradicionales.
Fue un gravísimo problema”, explica. “Tienes iglesias que conservan el órgano tradicional de hace cientos de años y está impecable, pero no funciona”.
La restauración de uno de estos instrumentos puede superar los 80.000 dólares, una cifra inalcanzable para muchas parroquias. “Cualquier parroquia que no sea millonaria no va a tener como prioridad arreglar un órgano”, reconoce.
Sin embargo, cree que hay formas viables de reactivar este vínculo.
“Si se hace un concierto -más que concierto-, si se hace una misa cantada con órgano (el violín se admite con ciertas condiciones en la liturgia) un sábado por la noche o un domingo por la mañana, eso definitivamente reavivaría no solo la cultura, sino el interés por la música sacra”, propone
La clave, dice, está en lograr un equilibrio entre lo pastoral, lo musical y lo espiritual. “La gente se daría cuenta de la forma diferente de vivir la misa; obviamente, se adoraría a Dios de mejor manera, y eso definitivamente va a tener un impacto no solo cultural, sino también espiritual y social”. Y cree que ese impacto puede ser profundo.