Guayaquil

Especial de julio: El golfo de Guayaquil pudo luchar contra el doble aislamiento

Este es el testimonio de las comunidades de la isla Puná, que debieron buscar maneras de abastecer de víveres a la población.

Vecinos de la isla Puná debieron organizarse a través de sus líderes.
Vecinos de la isla Puná debieron organizarse a través de sus líderes.Cortesía

Puná ha sido históricamente olvidada por la autoridad. La pandemia, sin embargo, recrudeció esa realidad. Cuando marzo de 2020 llegó, las comunidades quedaron doblemente aisladas. No solo había limitaciones sin precedentes para salir de la isla, también les jugó en contra los problemas de señal que tienen cuando querían acudir a las telecomunicaciones para poder buscar ayuda.

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César Solano era presidente de la comuna Cauchiche ese tiempo. Al cerrarse las ciudades e instalarse un toque de queda a las 14:00, él estaba en su casa de Guayaquil. “Por suerte y por desgracia”, dice hoy. Por suerte porque así pudo llevar a la isla abastecimiento de víveres sin poner en riesgo a los vecinos, pues estuvo expuesto, y por desgracia porque fue testigo de cómo “la muerte estaba en todas las esquinas de esta ciudad”.

No solo ayudó a las 165 familias de su comuna, sino que también, en coordinación con presidentes de otras comunas, pudo llevar kits de alimentos a otras poblaciones de la isla.

No fue fácil. Tocó muchas puertas antes de conseguir algo. Al final, logró que entidades públicas y privadas se haga presentes con kits de alimento y transporte hasta Posorja, también desabastecida. Allá, los líderes de cada población esperaban la carga.

Los kits llegaban en las embarcaciones propias de los comuneros y con ayuda del sector público en el transporte terrestre.
Los kits llegaban en las embarcaciones propias de los comuneros y con ayuda del sector público en el transporte terrestre.Cortesía

Eran días en que un brote de dengue se apoderó de las comunidades. “Muchos presentaron fiebre y pensaban que era COVID-19. Había miedo, hubo hambre también”, recuerda. Y su voz se quiebra, porque ser líder no es fácil.

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“El miedo era terrible. La muerte estaba en cada esquina. Tuve mucho miedo, pero junto con todos repartimos más de 3.500 kits en las 32 comunidades de toda la parroquia”, recuerda Solano.

Mientras eso pasó, él perdió a una hermana de COVID-19, por esos días, en Pedro Carbo. Otra, dice, murió en la segunda ola de contagios, en España. “No pude ayudarlas”, dice. Y se queda en silencio.

De lo bueno, se queda con la gente solidaria que conoció. “Voluntarios que ofrecieron el servicio de medicina y gente que sin pedir nada a cambio arrimó el hombro”.