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Bachita
1. Bachita. De lunes a viernes, Beatriz Menoscal ayuda a los niños de la cooperativa Janeth Toral 2 a desarrollar las tareas escolares. Lo hace con la ayuda de su teléfono celular.Jimmy Negrete / EXPRESO

Con su celular ayuda a que 42 alumnos continúen sus clases

Bachita Menoscal, la líder comunitaria que ha convertido su casa en una escuela.  Allí los niños se conectan de manera virtual con sus maestros

La humilde vivienda de Beatriz Menoscal, de 42 años, líder comunitaria de la cooperativa Janeth Toral 2, ubicada en el noreste de la ciudad, se ha convertido en un improvisado plantel educativo.

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Desde el 2 de junio pasado, un día después de haber iniciado el año lectivo en el régimen Costa, al lugar asisten 42 alumnos, de entre de 6 y 17 años que no cuentan con servicio de internet, computadoras ni teléfonos inteligentes, que les permita acceder a las tareas escolares que sus profesores les encargan a diario.

Doña Bachita, como la llaman de cariño los habitantes de este sector, les presta su teléfono celular y ofrece internet a través de la señal que agarra de una antena cercana. Lo hace para que los niños y adolescentes puedan recibir clases virtuales, la modalidad de enseñanza y aprendizaje adoptado por las autoridades educativas debido a la pandemia del COVID-19.

  • Ejemplo. Dennise Toala (16 años) adaptó una escuela bajo un árbol, en una loma de Monte Sinaí. Nikool Rosero (18 años) también da clases a los niños de la comunidad.

Todos los niños pertenecen a varias unidades educativas fiscales del sector, cuyos padres desesperados le pidieron ayuda para que sus hijos, que en algunos casos no se conocen y ahora, de a poco, se están convirtiendo en amigos; no dejen de estudiar este año.

En respuesta a ese requerimiento, la líder comunitaria convirtió en escuela y colegio la parte baja de su vivienda, que es de caña, en donde instaló su comedor y varias sillas de plástico que los vecinos le prestaron para que los chicos puedan sentarse. Además, con unas planchas de zinc y sábanas usadas construyó una especie de cerramiento, que permite cubrir a los niños del sol y el polvo (con lo que se convive a diario, debido al estado de las calles); y los aísla, en lo posible, del ruido que se percibe en los alrededores.

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Escuela. En su casa de caña, la líder comunitaria recibe a 42 estudiantes cuyas edades fluctúan entre 6 y 17 años.Jimmy Negrete / EXPRESO

Con mascarillas, alcohol y gel en sus mochilas, los chicos llegan, por grupos de seis u ocho, en diferentes horarios para realizar sus tareas. Asisten acompañados de sus padres, luego de caminar cerca de 500 metros de calles enclinadas, repletas de piedras, basura, maleza y malos olores.

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Bachita los recibe sin poses. Viste la misma ropa que usa a diario: pantalón y camiseta desteñida, así como zapatillas desgastadas que dejan ver los dedos de sus pies despintados.

Los invita a pasar y los hace tomar asiento. Todos están apiñados. Allí es imposible guardar el distanciamiento social requerido para evitar más contagios de COVID-19. Ellos saben el peligro que corren, pero lo asumen porque no quieren perder el año lectivo.

Si no fuera por doña Beatriz, mis hijos no estuvieran estudiando. No tengo dinero para comprar computadora ni adquirir internet para que ellos reciban clases virtuales.

Jenny Reyes, 
madre de familia

La jornada académica comienza. A través del sencillo teléfono celular, que Bachita compró hace tres años, los estudiantes se conectan por vía Zoom o Whatsapp con los maestros, quienes desde sus hogares imparten las clases a partir de las 07:00.

“Hay profesores que se conectan hasta en la noche, por eso termina un grupo y llega otro. Tratamos de que no estén muchos niños al mismo tiempo, pero cada día vienen más en busca de ayuda”, comenta aquella mujer que no llegó a terminar la secundaria y que poco recuerda lo que aprendió en el colegio; pero que, a pesar de eso, se convierte en la tutora de los chicos, cuando estos tienen alguna dificultad para resolver las tareas que le envían.

Para ello se ayuda de una pizarra colgada a un lado de la vetusta casa, donde apunta los temas o ejercicios que consulta por YouTube, su único recurso de consulta, para luego explicarles a los estudiantes.

Me entristece que muchos niños de escasos recursos no pueden quedarse en casa recibiendo enseñanza y deben exponer su salud en busca de ese fin.

Juana Menoscal, madre de familia

Pero, ¿cómo nació esta iniciativa?. “Cuando unos ingenieros llegaron a revisar las antenas de comunicación que están instaladas al frente de mi casa, les pregunté qué posibilidad había de que me proporcionen internet para que los niños puedan estudiar. Y ellos no dudaron en ayudarme. Al día siguiente instalaron un router para que pueda agarrar la señal con la que ahora estamos trabajando desde mi celular”, narra Bachita con satisfacción, al agregar que las cosas marchan bien, pero que pudieran ser mejor.

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Por eso busca ayuda para arreglar el local de la casa comunal, que está abandonado a pocos metros de su vivienda, para que los niños puedan seguir realizando sus tareas de una forma más cómoda.

“El local ha estado cerrado por varios años. Necesitamos fumigarlo, pintarlo y conseguir mobiliarios”, menciona, al destacar que los chicos ya cuentan con libros que fueron donados por el Municipio. Aún no les llegan los textos gratuitos que el Ministerio de Educación entrega todos los años.

Las autoridades deberían proporcionarles a los niños los materiales tecnológicos para que ellos puedan continuar sus estudios desde sus respectivas casas.

Jorge Yela, padre de familia

A su lado está Jenny Reyes, madre de dos estudiantes. Ella dice estar agradecida con la ayuda de la líder comunitaria, quien se esmera para que los niños alcancen su objetivo. “Aquí vinieron directivos del distrito educativo; vieron la forma en la que estamos trabajando y han ofrecido ayuda, pero aún no llega”, lamenta la ama de casa, quien todos los días hace un alto a sus actividades domésticas para acompañar a sus hijos a clases.

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Jorge Yela, otro padre, dice que le da tristeza no tener dinero para adquirir una computadora y contratar el servicio de internet. “Me quedé sin trabajo y lo poco que gano, vendiendo botellas de agua en la calle, solo me sirve para dar de comer a la familia”, sentencia.

En Ecuador, un millón de niños y adolescentes, como ha publicado en reportajes anteriores EXPRESO, no tienen computador, laptop o teléfono inteligente; tampoco tienen cuentas de Internet en sus casas ni en sus móviles, según lo han reconocido las autoridades educativas.

El 1 de junio, 799.881 estudiantes de la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón) empezaron clases no presenciales. Las plataformas digitales son parte de las herramientas para tener cierta cercanía y orientación de sus maestros.