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Personal. Hay cerca de 400 trabajadores solo en la parte de mariscos. Venden pesca negra y blanca.CORTESÍA

La Caraguay, la historia más allá de los mariscos

Es el mercado de mariscos más grande del país, con 806 puestos. Generaciones de comerciantes vieron el lugar nacer sobre el lodo, la drogadicción y la delincuencia.

A fines de los ochenta y durante parte de los noventa la Caraguay, el mercado de mariscos más grande del país, era una poza llena de lodo, cañas, madera y charcos, donde la tierra se mezclaba al pie de los puestos de comerciantes de pescado y todo tipo de especies del mar.

Inauguración. Autoridades portuarias, del Concejo y delegados de la Gobernación participaron de la ceremonia de apertura. (Cristian Vasconez / EXPRESO)

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En medio de su expendio, la delincuencia, la drogadicción y el comercio sexual no regulado hacían de las suyas, al punto de que incluso había pequeñas covachas donde las trabajadoras sexuales atendían a los clientes.

En esa zona del sur de Guayaquil funcionaba en los sesenta la Feria Agrícola, Pecuaria y Artesanal, que luego, en los setenta, se mudó a Durán. Fue la desaparecida Cadena Radial Guayaquil (Ca-Ra-Guay), organizadora de la cita, la causante del bautizo del mercado por esta razón.

Ya no hay lodo, ni trabajadoras sexuales, ni consumidores dentro de la zona de expendio. Los otrora destartalados puestos de madera o hierro son ahora mesones de cemento y azulejos divididos en módulos, de dos por dos metros aproximadamente, a los que llegan compradores ávidos de las ofertas de la semana, en medio del incesante movimiento comercial.

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Los comerciantes trabajan arduamente gran parte del díaCORTESÍA

La delincuencia no ha parado. Aunque es menos agresiva que en los ochenta, sí se han reportado hurtos dentro. La zona exterior del mercado necesita iluminación. De allí, la Caraguay sirve, dice Diego Quintana, administrador general, además de a miles de locales y hogares guayaquileños, a ciudades como Quito, Cuenca, Esmeraldas y Machala.

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Hay alrededor de 400 trabajadores solo en la parte de los mariscos. Venden de todo: pesca negra, como albacora, picudo, sierra; y pesca blanca, como corvina, dorado, robalo; además de mariscos como pulpo, camarón, calamar y, por supuesto, cangrejo.

Tripas, vísceras, escamas salpican de filosos cuchillos mientras Carlos Zambrano cuenta que algunos de sus compañeros tienen la costumbre de jugar vóley. Es como una gran familia y, por supuesto, la web los ha cautivado y hasta tienen una cuenta en redes que se llama Mi Linda Caraguay. “Por allí andan grabando sus cosas con sus aros de luz”, cuenta riéndose Quintana.

La pestilencia del pasado ha quedado neutralizada con las reglas de aseo. Y el comercio de mariscos es muy concurrido por las noches, para lo cual debemos considerar que la mayor parte de locales de encebollado de la ciudad se abastecen allí.

Crecí en la Caraguay hice aquí mi vida laboral. Vi como mi padre se jubiló y ahora estoy orgulloso de seguir sus pasos. Seguiré el legado de mi papá

Carlos Antonio Bimbela
​comerciante.

Amalia Mejía, de 44 años, es una de las clientas que jamás faltan. Viaja del norte al sur y viceversa, todas las noches, para el local de comida que atiende en Urdenor. Su especialidad son los mariscos. “La Caraguay es un sueño”, dice. “A mí particularmente me gustaría que haya un poco más de seguridad afuera. Me han robado varias veces, pero el mercado como tal es limpio, grande y hay mucha variedad”.

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Carlos Zambrano, de 51 años, llegó a vender pescado a la Caraguay cinco años antes de la regeneración. “Mi papá me heredó este puesto. Murió de cáncer, pero yo tomé las riendas con mis hermanos”. Recuerda como, en un acto simbólico, el ahora director de Aseo, Gustavo Zúñiga, hizo que los mismos comerciantes “tumben el viejo mercado” y construyan con sus manos puestos provisionales antes de la regeneración.

“Para nosotros fue como estar en otro lugar. Imagínese el cambio. Y claro, las cosas no han sido fáciles. Soportamos los impactos de la pandemia, tuvimos pérdidas. Hemos llorado y reído en este mercado”.

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Así luce actualmente La Caraguay en la zona de mariscosCORTESÍA

Carlos Antonio Bimbela lava con agua sus gavetas mientras el ruido de alrededor casi apaga su voz mientras charla con EXPRESO. Tiene 24 años. Es de la nueva generación, pero no es tan nuevo en el mercado, pues desde los 15 acompañó como ayudante a su padre, también fundador.

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“Mi papá ahora tiene 72 años y ya no viene a la Caraguay. Lloraba los primeros días que no vino por su edad. Este mercado es su vida. Y ahora también la mía y la de mi familia. Mi hermana también me ayuda. Este es un oficio de herencia”.

Afuera, en el área de locales de comida, Álvaro Baque es el encargado de alimentar a muchos de los clientes y también al mismo personal del mercado. Tiene 48 años y trabaja en la Caraguay desde los 15 también. “Llegué como ayudante y me quedé. El dueño falleció. No tenía familia. Heredé este lugar y ahora es mi vida. ¿No quiere servirse un sequito de gallina?”, dice entre carcajadas. No es para menos, vende cada noche 70 meriendas.

La Caraguay tiene una estructura de un solo piso y cuatro áreas bien definidas: legumbres, mariscos, locales de comida y muelle de expendio. Hoy el mercado de mariscos más grande del país tiene 806 puestos, de los cuales 315 son exclusivamente de los frutos del mar.