Busca la pared que provoque la definición. Toca y acompaña con la rotación adecuada. Parte con un ritmo y concluye con otro. Sus maniobras ofensivas no mueren por asfixia. Corre y se desmarca por su exclusiva cuenta sin importarle a su vez si los otros se desmarcan.

Puede ser extremo derecho, enganche, wing izquierdo, todo. Está para algún invento sorpresivo, alguna brillante demostración de manija para hacerse sentir en el juego. Siempre resolviendo todas las situaciones apremiantes, reteniendo pelotas que vienen húmedas y con efecto.

Nunca observa la misma posición, pero lo destacado de este creador de desconciertos es que lo lleva a cabo sobre la marcha. Hace fracasar los anticipos de sus marcadores, porque con dos metros ya le alcanza. No importa el perfil favorable, esa preferencia ni el mismo Oyola la conoce. Tampoco importan los problemas de la pierna hábil porque nadie pudo todavía determinarla.

Es imprevisto, por eso quiebra el equilibrio de los cuerdos, la monotonía de lo correcto. Es un ocurrente fabricante de complicaciones para los adversarios. Un jugador esforzado y técnico. Toda su figura en movimiento proclama la seguridad de la elección bien aprendida en la ejecución final.

Al cabo de un puñado de tiempo en Barcelona nadie puede borrar de su rostro esa impávida expresión que parece pedir disculpas por saber tanto con la pelota. Es necesario mirar constantemente el juego, el 80 % de los errores se comete por no clavar la vista en el balón, y solo el 20 % restante por fallas técnicas.

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Braian Oyola no es un genio, sino alguien que tiene condiciones naturales desde siempre y que las desarrolla con orden y obediencia. Llegó a Barcelona para la proeza.

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