
Un plan divertido entre amigas: viaje exprés con risas incluidas
Tres amigas, una playa y mil razones para cancelar. Pero contra toda expectativa (¡y sin que nadie sufra!), lo logramos
Y emprendimos el viaje contra todo pronóstico. Y no, no hablo del clima ni de las lluvias, sino del verdadero reto: nuestra propia predicción femenina, esa que dicta que más de tres amigas adultas nunca logran cuadrar agenda para unas mini vacaciones. Pero esta vez, con dolores de cabeza, cambios de última hora y un par de “¡ya no voy!”, lo conseguimos.
Como siempre, de las 20 amigas de toda la vida, existe ese subgrupo selecto que mueve los hilos. Las que cocinan el plan y lo lanzan al grupo general con fe y sin miedo al visto doble y en azul. Esta vez decidimos hacer algo sencillo, “aquisito no más”, para no escandalizar el presupuesto de la familia, y de un día para el otro, así, si se incendia la casa o al bebé (que acaba de cumplir 25 años) le pasa algo, estamos a tiro de piedra por si nos necesitan.
De 20 se alinearon solo tres. ¡Un hito! Se celebró con aplausos y emojis. Claro, nos fuimos en mi carro, porque yo solo confío en mí y en mi volante. La hora de salida fue programada a las siete de la mañana, estilo guayaco, lo que significa que, con paradas técnicas entre gasolina, cafecito de rigor y un par de selfies para inmortalizar el momento, arrancamos a las 9:30.
Melodías, maletas y manías
El trayecto fue suave, con chismes reciclados, confesiones nuevas y un repaso rápido por las historias de quienes todavía no aprenden de sus errores. La banda sonora del recorrido estuvo a cargo de nuestra melómana oficial, nada de reguetón, ¡aquí se sufre con Lupita D'Alessio! con la elegancia de un L.P. de ‘Música pa’ planchar’ y la intensidad de un playlist a modo de despecho. Claro, siempre hay espacio en el corazoncito para un par de canciones de Luis Mi Rey, digo, Luis Miguel.
Lo primero que hicimos al llegar a la habitación del hostal fue tomar posiciones estratégicas en las esquinas, como si armáramos bunkers. Cada una se atrinchera con su equipaje "ligero": una maleta mediana, dos pequeñas y la infaltable cartera gigante de viajes. Y, como siempre, no falta la amiga que diseña el plan de escape por si algo raro sucede en la noche, la que entra rociando desinfectante por sus alergias, y la que esparce la habitación con agua bendita, porque una nunca sabe si ahí se cometió un pecado contra el sexto o el noveno mandamiento.
La segunda noche, ya en pijama y con la telenovela turca de fondo, escuchamos ruidos extraños en el pasillo y una gritó “¡ladrón!”, mientras otra se armaba con la plancha del pelo y la tercera empuñaba el desodorante como spray de defensa personal. Al final, el supuesto maleante resultó ser un turista alemán buscando hielo, pero igual lo vigilamos el resto del viaje… por si quería robarnos algo más que la tranquilidad.
En todo caso, los días planificados fueron pura alegría: risas, anécdotas y momentos que, a estas alturas de la vida, hacen bien al alma. Agradeciendo todavía el lujo de poder llamar amigas a las amigas. De disfrutarlas, aunque a veces den ganas de ahogarlas en la piscina, empujarlas por el balcón, envenenarlas con su postre favorito o despacharlas con el cóctel de turno… Mejor me callo, no vaya a ser que crean que me volví psicópata.
Aunque las diferencias existen, no hay cómo negarlo, siempre se celebra la amistad verdadera, esa que perdura a lo largo de los años, que trasciende fronteras y peleas, y que cuando la vida nos regala ese precioso momento para reencontrarnos, no queda más que sacarle el jugo y disfrutarlo al máximo.
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