Fernando Iñahuazo
Fernando supo superarse a sí mismoKarina Defas

Fernando Iñahuazo: “Jamás en la vida me achiqué”

La historia de este visionario que triunfó en Nueva York, es la encarnación de la superación en términos superlativos

Originario de Tacamoros, (parroquia ubicada al suroriente del cantón Sozoranga en la provincia de Loja), Fernando proviene de una amplia familia siendo el cuarto de 13 hermanos, que cumplían a rajatabla los deberes impuestos en casa, donde el sustento primario fue la agricultura, oficio que el padre ejerció como una herencia mandatoria. 

Su madre, dedicada a la crianza de su prole, fue rígida en la formación de deberes y valores, mientras la palabra del jefe de hogar era la norma y regla: “La educación que recibimos fue a rajatabla, de mucho respeto, honradez y valores, eso fue lo que me condujo en la vida”.

Sin servicios básicos, a Fernando le estaba encargada la vital tarea de, en cada amanecer, acarrear agua de una vertiente a la que llegaba junto a su burro, el que llevaba el líquido vital de regreso a casa. Oficio que cumplía antes de ir a la escuela, a donde debía recorrer, con sus hermanos, un trecho de hora y media para llegar.

Era una vida apacible, idílica la del campo, con muchas carencias, pero sin reclamo alguno. Los recuerdos son gratos, no obstante, desde muy pequeño, a Fernando le alentaban sueños grandes cuando, a lo lejos, miraba alucinado los helicópteros que sobrevolaban sobre el destacamento de la parroquia y pensaba: “Algún día llegaré aquí con mi propio helicóptero”.

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Al cumplir los 12 años entregó a su padre el diploma de estudios primarios y sentenció: “Gracias por haberme educado, ya no tiene que mantenerme, desde ahora iré por mi cuenta”, dijo, consciente de los titánicos sacrificios del progenitor para poder alimentar y educar a sus hijos. 

Era apenas un niño, pero trabajó en una destilería, también cosechando café en Zaruma y como chancador de oro en las minas de Nambija, mientras su hermano mayor, Ángel, buscaba mejores horizontes en Nueva York, donde el tío Pepe se había afincado años atrás. 

Ambos, servirían de puente para que Fernando llegase también a la gran manzana, por los laterales. Cueste lo que cueste, Fernando lograría volar, dejando atrás la pobreza.

La travesía

36 años atrás y acompañado por su padre, llegó a Guayaquil a los 17 años, de donde partiría solo hacia una incierta travesía que lo llevaría hacia Houston. En su primer destino, Panamá, el marino que llevaría al grupo de 7 lojanos les robó 5 de los 6 mil dólares que costaba el traslado en barco.

Aquel fue el principio de un viaje percudido de zozobras y suspenso a máxima potencia, y que deja al descubierto las mafias detrás de este negocio humano que juega con los sueños de miles de personas, víctimas de la ingenuidad.

Lo cierto es que, después de llegar a Costa Rica, Guatemala y México, Fernando -y el pequeño grupo que lo acompañaba-, llegó a San Diego y luego a Los Ángeles, entumecido y con tres almas más, agazapado en el baúl de un Lincoln Navigator. Fueron dos meses de una travesía de infarto que finalizó un 14 de enero de 1989 al aterrizar en Nueva York, con una deuda que sumó 17 mil dólares -cancelados en dos años-.

Es aquí donde empieza el tercer capítulo de esta sorprendente historia que tiene un denominador común: La visión de un hombre brillante que solo tuvo educación primaria: “El estudio que he hecho es basado en mi vida, en mi trabajo, con la formación de valores que me dio mi padre”, afirma.

Blueberry muffins

Al instalarse en Newark, donde la familia vivía, no pasó mucho tiempo cuando el dueño de una pastelería que se especializaba en las famosas ‘Black&White’ (galleta kosher popular en la comunidad judía de NY), le dio la oportunidad de ser el barrendero del lugar, oficio en el que duró 24 horas puesto que su capacidad estaba a la vista. Fue despachador, asistente de cocina, empacador y finalmente a cargo de la cocina, donde aprendió a mezclar y hornear.

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Curioso, hábil, buen observador, a los 6 meses conocía todo el movimiento del lugar y pronto descubrió que la base de las ‘Black&White’ muffins, galletas y demás productos era seca y podría mejorar. Determinado, lo logró, lo que no pasó desapercibido por el dueño del lugar, quien le ubicó al frente de la cocina trabajando más de 78 horas semanales.

Su fama se hizo eco y, tres años después fue contratado por otro judío de mayor representatividad donde llegó a ganar 3 mil 500 dólares semanales, produciendo los ‘Black&White’, muffins y más, lo que le permitió comprar su primera casa en New Jersey.

Pero la presión para que ‘soltase’ la receta era fuerte, así que dio un paso al costado, listo para emprender su propia marca en un mercado que pronto cedió a su talento y la decisión irrestricta de alcanzar el éxito: “En momentos difíciles se ve la virtud de la persona, su fortaleza”.

La cúspide

Regresó a Loja en el 94 para casarse con el amor de su vida con la bendición de la Virgen del Cisne y, al volver, con el coraje que lo caracteriza, abrió su primera pastelería con ahorros y la ayuda de un significativo préstamo. Los primeros años fueron duros, pero nunca dio un paso atrás. A inicios del 2000 la competencia en el mercado era cerrada, pocos estaban en la cima con un sistema de producción y distribución establecido.

Hasta que un importante cliente confió en Fernando’s Bakery: “Al inicio nos enfocamos en New Jersey, fuera de Manhattan, Queen’s y Brooklyn. No apunté a comerle el corazón al área metropolitana de Nueva York hasta que consolidé la marca. Soy de las personas que creen que para subir una escalera hay que empezar por el primer escalón, porque en mi vida he visto muchas compañías que suben como espuma para derrumbarse luego”.

De forma consistente, fue expandiendo su marca y línea de productos de corte anglosajón, siendo el pionero en comercializar los ‘Four pack munffins’ y cupcakes en cadenas de supermercados y ‘convinience stores’, una estrategia que lo enrumbó hacia el pedestal más alto del sector con varias marcas adherentes: American Clasica y Prince Donut. Paralelo, el 20 por ciento del mercado neoyorkino es producido por su empresa bajo la figura de ‘private label’, lo que le ubica en la supremacía total.

Vale destacar que es el único ecuatoriano que comercializa sus productos en Estados Unidos con la bendición de un rabino, un detalle que delata el poder del conglomerado que lidera: “Jamás en la vida me achiqué. Siempre he tomado riesgos. Ganar mi primer millón no fue un obstáculo, nunca fue un imposible, aún sin estudios”.

El amor de su vida

Sin la ayuda y apoyo de su esposa Marcia, jamás habría podido lograrlo, confiesa. Es ella su pilar y estandarte, con quien fundó una familia sólida que permanece unida frente a ese mundo que va a trescientos mil en la esfera en la que se mueve: “Mi esposa es muy sencilla, es mi bendición, la adoro, el mayor problema que he enfrentado es un tumor que tuvo y que se curó gracias a Dios. Si tú quieres ser exitoso en la vida tienes que tener suerte cuando te casas porque todo se moverá en el paralelo correcto”.

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Sus tres hijos han crecido con una educación privilegiada que han sabido aprovechar, asentados los pies sobre la tierra. Su hijo menor, Fernando, acabó días atrás el high school, mientras Estefanía y John, se van adentrando en la empresa familiar, en donde laboran 120 trabajadores, gran parte de ecuatorianos comprometidos y fieles con la empresa.

A sus 54 años lleva una vida ordenada, sin excesos, junto a los suyos, con Ecuador en el corazón, donde invierte en la industria inmobiliaria con el afán de aportar y generar trabajo: “Yo no soy una persona interesada pero tengo mucha suerte. Hay quienes piensan que porque tengo cuatro reales no los regresaré a ver pero yo no soy así”.

Antes de finalizar pregunto ¿Qué lujos se permite? Y, sincero responde: “Ir con los míos a la final de un Súper Bowl y recorrer el mundo, pronto quisiera jubilarme y dejar a mis hijos a cargo. No me quejo”.

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