COMPRAS COMPULSIVAS
Aunque a simple vista, una compra compulsiva puede parecer inofensiva, cuando se repite con frecuencia, sus efectos van más allá del saldo en la cuenta.FREEPIK

Compras impulsivas: cómo identificarlas y evitar que afecten su finanzas

Descubra cómo detectar las señales de alerta, frenar el impulso y cuidar sus finanzas sin dejar de disfrutar

¿Alguna vez ha entrado a una tienda “solo a mirar” y, unos minutos después, salió con una cartera o billetera nueva en la mano? O en la noche, antes de dormir, ¿abrió una app “solo para ver los precios” y terminó comprando algo que no necesitaba, solo por la emoción de decir “me lo merezco”? Las compras por impulso son ese simpático enemigo que se infiltra en la rutina, disfrazado de recompensa o felicidad momentánea. Y aunque parecen inofensivas, poco a poco pueden convertirse en un dolor de cabeza dentro del presupuesto personal. ¿Por qué caemos en ellas? Y, sobre todo, ¿cómo podemos volver a tomar el control de nuestras decisiones financieras sin perder el placer de comprar?

¿Qué son?

El especialista en finanzas personales Alexis Álava, licenciado en negocios internacionales, las define como “compras no planificadas, que se hacen de manera rápida, sin pensar demasiado, y que muchas veces están influenciadas por una oferta, un anuncio llamativo o la presión del ‘cómpralo ya’”. 

Esa reacción puede surgir en un centro comercial, al ver un cartel de descuento, o con solo deslizar el dedo en una página web. Lo común es que la decisión se tome en segundos… y el arrepentimiento llegue después. “No se trata solo de gastar, sino de hacerlo sin pausa, sin filtro y sin haberlo considerado dentro del presupuesto”.

Las razones detrás

Lorena Acáro, consultora en finanzas personales, señala que este tipo de compras “son una respuesta emocional y pueden estar motivadas por cansancio, frustración, inseguridad o por esa necesidad silenciosa de sentir que tenemos el control”. El deseo de comprar, en muchos casos, nace de una búsqueda urgente de alivio o satisfacción. Cuando el estrés o el vacío aparecen, el cerebro pide una gratificación rápida. Se compra. Y por un instante, todo parece mejorar.

Además, Álava destaca que “este tipo de compras activan una gratificación instantánea en el cerebro, ya que al comprar se libera dopamina, una hormona que nos hace sentir placer en el momento”. El problema es que esa sensación es breve, y cuando desaparece, queda el vacío... y el gasto.

Y a eso se suma otro factor: el momento del día. Álava advierte que esto suele intensificarse en la tarde o en la noche, cuando el cerebro está más cansado y menos alerta. “Por eso muchas marcas lanzan promociones en horarios estratégicos, sabiendo que estamos más propensos a caer”, señala. La presión por encajar, por no quedarse atrás, también influye en las decisiones financieras. “Las compras por impulso no distinguen edad, género ni nivel económico”, asegura Acáro. Todos pueden ser vulnerables a ellas, aunque el tipo de gasto varíe según el contexto. 

El costo oculto 

Aunque a simple vista, una compra compulsiva puede parecer inofensiva, cuando se repite con frecuencia, sus efectos van más allá del saldo en la cuenta. Álava y Caro detallan las consecuencias más comunes:

  • uEndeudamiento: Muchas compras se hacen con tarjeta de crédito, lo que puede generar deudas difíciles de manejar a largo plazo. Esto afecta no solo el nivel de vida, sino también la capacidad de ahorro, inversión y el historial crediticio si no se controla a tiempo.
  • Culpa y frustración: Tras la emoción inicial llega el arrepentimiento, lo que puede afectar el estado de ánimo y la motivación para organizarse mejor.
  • Pérdida de control: Cuando se vuelven hábitos, la persona siente que no tiene dominio sobre sus decisiones financieras.
  • Autoestima financiera debilitada: Al no confiar en su capacidad para administrar el dinero, la persona puede sentirse insegura o incapaz, lo que afecta su bienestar emocional.

Recuerde

Cambiar la relación con el dinero no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Como cualquier hábito, requiere práctica, paciencia y pequeños avances que, con el tiempo, generan grandes cambios.

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Cómo tomar el control

Álava explica que controlar los hábitos de consumo no significa dejar de comprar, sino aprender a hacerlo con intención. Una de las estrategias más prácticas es aplicar la llamada regla de las 24 horas: si algo llama la atención, en lugar de adquirirlo de inmediato, se recomienda dejarlo en el carrito y esperar un día. Si después de ese tiempo la emoción baja y el objeto ya no parece tan necesario, es señal de que no era una compra realmente consciente. Otra herramienta clave es tener un presupuesto organizado que incluya un monto destinado al ocio (entre el 10 % y el 20 % de los ingresos), para eliminar la culpa al momento de darse un gusto y evitar que ese gasto interfiera con metas más importantes.

El experto también sugiere analizar las compras desde otra perspectiva: el costo en horas de trabajo. Por ejemplo, si alguien gana $10 por hora y está por comprar algo de $150, vale la pena preguntarse si realmente representa 15 horas bien invertidas. Otra estrategia útil es pensar en el costo por uso. Si unos zapatos de $100 se usarán al menos 50 veces, cada uso costaría $2, lo cual puede ser razonable. Pero si se trata de un reloj de buceo que solo se usará una vez y cuesta $200, el costo por uso se dispara. La clave está en pausar, cuestionar y decidir con claridad.

Tres preguntas antes de comprar 

Una de las formas más efectivas para detectar si se está a punto de hacer una compra por impulso es hacerse tres preguntas antes de dar click o pasar la tarjeta. La primera: ¿Lo necesito de verdad? La segunda: ¿Esto me ayuda a cumplir mis objetivos financieros? Y la tercera: ¿Esto aporta a la vida que estoy construyendo?

Acáro enfatiza que al incorporar estas preguntas en la rutina de compra, poco a poco se empieza a cambiar el patrón neurológico que hay detrás del impulso. “El cerebro deja de buscar gratificación inmediata y aprende a tomar decisiones más alineadas con el bienestar personal”, señala. No se trata de dejar de comprar, sino de hacerlo con intención. Y eso, a la larga, también fortalece la relación con el dinero.

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