Buenavida

Cinco mujeres solas

OPINIÓN. Hay una idea cultural de que las mujeres, aunque nos acompañemos entre nosotras, estamos solas si no tenemos un hombre al lado.

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Entre nosotras hemos aprendido a cuidarnos.pixabay

Ara vive en Puebla, Ana en Lima, Yubelka en Managua, Carla en San Salvador, y yo, en Guayaquil. Nos conocimos en octubre en Estados Unidos en una beca que nos llevaría —junto a otros 13 periodistas— a diferentes ciudades de ese país. A las cinco nos tocó Nueva York.

El primer día en esa ciudad de más de 8.6 millones de habitantes, mientras solucionaban un problema con nuestro hospedaje, nos lanzamos a recorrer las calles, mientras llovía, en busca de paraguas. Antes de irnos, un compañero nos preguntó si necesitábamos compañía. ¿Por qué la necesitaríamos? Probablemente —aunque sin intención— para él, sin su presencia, estaríamos solas.

Cuando las argentinas Marina Menegazzo y María José Coni fueron asesinadas en Montañita (Ecuador) en 2016, Twitter se convirtió en una incubadora de opiniones y cuestionamientos. Uno de los más populares: ¿qué hacían dos mujeres viajando solas?

Es una idea profunda en nuestra cultura que las mujeres, aunque nos acompañemos entre nosotras, estamos solas si no tenemos un hombre al lado. Esto se manifiesta a través de comentarios a veces inocentes, como el de nuestro compañero, o preocupantes como los que surgieron tras el crimen de Marina y María José.

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Es que los que dicen solas, dicen expuestas. Los que dicen solas, dicen buscando. Los que dicen solas, dicen culpables.

Nosotras, en Nueva York, éramos cinco mujeres solas. Ese se convirtió en nuestro sello, en el nombre de nuestro grupo de WhatsApp, en la forma en la que aprendimos a identificarnos, en nuestra bandera.

Además de trabajar, juntas recorrimos muchos kilómetros, explotamos de la risa, nos contamos secretos, bailamos hasta el cansancio, encontramos nuestras similitudes, hablamos de feminismo. Nos dimos cuenta de que nuestras realidades, a pesar de ser de países distintos, son más parecidas de lo que creíamos.

Para nosotras, solas era ironía, porque decir solas era decir sororidad. Solas, era la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. Solas era juntas.

Marina y María José no estaban solas. Se tenían la una a la otra. Ara, Ana, Yubelka, Carla y yo tampoco estábamos solas. Y nunca más, en Puebla, Lima, Managua, San Salvador, Guayaquil, o donde quiera que estemos, vamos a estarlo.

En mayo de 2019, en el festival de periodismo feminista Zarelia —realizado en Quito— la periodista argentina Florencia Alcaraz hablaba de la importancia de usar el pañuelo verde (que simboliza la lucha por la despenalización del aborto) en su país. Ya no se trata —decía— solamente de un acto político, sino que nos sirve para identificarnos entre nosotras. Cuando vemos a una mujer en la calle que tiene el pañuelo en su mochila o amarrado en la muñeca, nos sabemos acompañadas.

Hace unos días en Twitter, la usuaria quiteña @cherryblossomg preguntaba a sus seguidoras cuáles son sus formas de protegerse para “no exponerse”. Es decir, cómo nos cuidamos de los peligros de una sociedad violenta con las mujeres. Una de las respuestas que más se repetía era la de enviar la ubicación en vivo al tomar un taxi. A una amiga, obviamente.

Es que entre nosotras hemos aprendido a cuidarnos.

Estamos pendientes la una de la otra. Porque ni el estado, ni la justicia, ni nadie más lo hace.

Juntas, resistimos.