El ultimo vigia de los libros

A los 8 años fui Jim Hawkins en La isla del tesoro; a los 9, El Cid Campeador. Gregorio Samsa convertido en un escarabajo, a los 10; y el mismo año, Jean Valjean. A los 11, justo antes de querer hacerme cura, fui Julien Sorel, el seminarista de Rojo y Negro; y también Papillon, mi héroe de toda la vida. Y a los 12 y para siempre, Hércules Poirot.

Fui eso y más gracias a los libros, pero sobre todo a quienes me los facilitaban: los libreros, la bandera de un oficio que agoniza luego de siglos de esplendor. El jueves pasado se fue el último gran librero de Guayaquil.

Gracias a él crucé en balsa el Pacífico al comando de Vital Alsar. Y fui un partisano con Hemingway; y con Sabato un asesino y, con Benedetti, un jubilado que se enamora de una veinteañera en flor. Gracias sobre todo a él.

Atento, cálido, paciente como solo son los generosos, él deambulaba por los estrechos de su pequeña librería, en el Policentro, buscando un ejemplar que nos sirviera. Tengo la convicción de que no nos miraba como clientes sino, de algún modo, como compañeros de ruta. Mirábamos 10 libros y comprábamos 1, con suerte 2. Amable, nos guiaba: “¿Qué le gustó más del ‘boom’?”, “Le recomiendo a Donoso”, “De los rusos, Dostoievsky es fundamental...”.

Así fue hasta los últimos años en que ejerció su tarea, resistiendo las embestidas de las librerías que son supermercados y expenden libros como si fuesen papas. O churros. Jubilado desde que cerró su trinchera final en Mall del Sol, vivió casi una centuria, a la usanza de esos robles indómitos de la tierra de su padre, Cataluña.

La suya no era una librería: era un sitio de encuentro. O de partida, pensándolo bien, porque de allí se salía con los boletos de viaje para vivir otras vidas. Por eso, el jueves pasado no solo ha muerto el amor eterno de Muiriel, ni el entrañable padre de Rafael, Florencio y María Fernanda. No. Ha muerto también una época y un símbolo. Ha muerto el último guardián de un oficio esencial e irrepetible. Ha muerto Florencio Compte Andrade, el librero hermoso.

Y yo le deseo un cálido descanso por todas las vidas que me ayudó a vivir.

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