Y los viejos valores de Occidente
Mientras el mundo celebra los avances logrados en el proceso de reconciliación nacional, imprescindible para avanzar en la consolidación de la paz en Colombia, simultáneamente debe lamentar el incremento, en ámbito planetario, de distintas y repudiables formas de violencia, estimuladas muchas de ellas por diverso género de fanatismos, lo que las vuelve realmente impredecibles y, por tanto, prácticamente imposibles de prevenir y evitar.
Como siempre en la historia, muchos de los conflictos continúan siendo motivados por razones político-económicas, más ahora con el negativo estímulo adicional de tensiones de carácter étnico-religioso. También, igual que siempre, una siembra fundamental es la del miedo. Por eso, aunque las poblaciones afectadas se comprometen a no permitir que su tradicional estilo de vida se vea distorsionado por los actos terroristas, la magnitud de la sensación de inseguridad generada pareciera que va a lograr modificarlo, sin certeza de que dicho cambio de comportamiento incremente la sensación de estar a salvo.
Ocurre que los viejos valores en que Occidente sostenía su sentido de la civilización están siendo asumidos como obsoletos y el afán de perpetuarse en el poder es el nuevo signo de los tiempos. Entonces, desde la izquierda o desde la derecha, pese a que se niegue la existencia de diferencias entre esas dos vertientes ideológicas, se coincide en la necesidad de mantenerse en el control del gobierno, a nombre de “proyectos”, a cuya invocación todo se atropella.
Así, cabe clamar por, al menos, la superación de la indolencia. Tragedias cotidianas como la de Siria no pueden simplemente mirarse, cual si se tratase de un espectáculo diseñado para los bárbaros que aún subsisten, mientras se cruzan acusaciones sin sentido aparente, pero reveladoras de una innegable pugna estimulada por la búsqueda de posiciones hegemónicas.
Cuando el obsoleto lenguaje de la Guerra Fría parecía superado, se vuelven a escuchar sus resonancias y, aquí y allá, va subiendo el tono de las amenazas, donde unos prometen desaparecer a los otros. Y eso que todavía no ha entrado en juego el factor Trump.
Ojalá la reflexión cristiana de estos días haga del mantenimiento de la paz mundial el gran objetivo del año que está por comenzar. Lograrlo es labor de todos.